jueves, 28 de diciembre de 2017

La navidad que conocí a mi apá

Cuando era adolescente me llevaba muy mal con mi apá. Él era muy autoritario y yo rebelde, el choque generacional era muy duro; a él de niño su mamá, mi nana Matilde, le decía, ve por el chicote y llévaselo a tu papá para que te pegue e iba muy obediente. Yo no, a mí también me pegaban pero primero me tenían que alcanzar. Así que esa tensión entre la obediencia esperada y mi rebeldía continua era demasiado para nuestra relación y la cuerda terminó por reventar. A los 15 años me enfadé, me salí de la casa y me fui a vivir con mi tía Yochi.

Pasaron meses sin hablarnos y casi sin vernos, si por casualidad nos encontrábamos en la calle ni siquiera nos saludábamos. A veces coincidíamos en la casa a la hora de la comida pero trataba de que no fuera frecuente, si podía evitar verlo lo hacía. No recuerdo cómo fue que regresé a la casa pero de todos modos nuestra relación seguía sin ser buena.

A la mamá de mi compa David Rondero la conocí cuando íbamos en la secundaria, por alguna razón que no recuerdo toda mi familia salió del pueblo y para que no faltara a la escuela me dejaron encargado en casa de la familia Davis. Ahí Doña Mercedes les ayudaba y me trató con mucho cariño los días que estuve ahí, me regañaba por traer el uniforme todo sucio cuando tenía taller de mecánica, pero luego se reía, al cabo solo lo voy a batallar unos días seguro pensaba.
Juan Pablo y David

El David era de mi bolita junto con el Juan Pablo, Chema, Ricardo Díaz, Felipe Bremer y las muchachas: Yaqui, Lily, Luz Emma, Adriana y Lulú. Una gran pandilla como las que verán ustedes ahora en películas y series nostálgicas ochenteras. Así que cuando íbamos a buscar al David a su casa su mamá siempre nos recibía con una sonrisa, así la recuerdo.
Adriana, Juan Pablo, Yaqui y Lily





Doña Mercedes era amiga de mi apá y él la estimaba bastante, así que a ambos nos cayó como balde de agua fría la noticia de su muerte en pleno 24 de diciembre. Lo recuerdo entrando muy serio a la casa Alístate, se murió la mamá de tu amigo David y vamos a ir a acompañarlos. Llegamos a casa del Ponchado, y nos quedamos afuera en el patio. Fue algo totalmente inesperado, había estado cocinando el pavo y se fue a acostar para descansar en lo que estaba listo y ya no despertó. Tremendo.

Y ahí estábamos mi apá y yo, sin otra opción más que hablar entre nosotros y empezamos a hacerlo, pero tal vez por lo intenso del momento la plática no fue normal. La conversación giró hacia temas importantes, íntimos, de esos de los que no sueles hablar con tus padres. Me dijo muchas cosas, de sus preocupaciones y temores. Por un momento se desnudó de esa armadura de hombre fuerte y fue sincero conmigo. Hablamos de nuestra relación y le dije todo lo que nunca le había podido decir sin que se enojara. Y no solo nos reconciliamos, sino que nos volvimos mejores amigos después de esa noche. Volvimos a ver el béisbol juntos, a salir a pescar, a contarnos y reírnos de nuestras aventuras, a viajar. Esa noche recuperé a mi padre.
Doña Mercedes y sus hijos.

Sé que para mi amigo debe de haber sido terrible perder a su madre, pero en su partida me dejó un gran regalo de amor; por ello le estaré siempre agradecido y cada nochebuena la recuerdo con cariño.

David, un fuerte abrazo.