Había un payaso nuevo en la plaza cerca de su casa, pensó que tendría cierta poesía terminar en el lugar donde todo empezó. Este payaso era diferente, no vendía nada, tenía una bocina y contaba chistes blancos para niños y cantaba algunas canciones. Era evidente que hacía buena conexión con los pequeños, durante la hora que estuvo viéndolo siempre hubo un grupo nutrido de niños a su lado. Ella rio en repetidas ocasiones al escuchar sus chistes, 'este tipo es muy divertido', se dijo. Además, era físicamente bien parecido, alto, musculoso, sin panza, en la plenitud de su juventud y con una sonrisa brillante que mostraba lo mucho que disfrutaba su profesión. E. siguió la misma táctica de la primera vez, y este payaso también se dispuso a seguirla. Con pasos lentos y seductores esta vez lo llevó hasta su apartamento y lo invitó a pasar. Ahí, delicadamente le quitó el maquillaje y después lo llevó a su cama donde procedió a montarlo hasta dejarlo agotado. Ella, después de concluir con su tarea, se acostó a dormir tranquilamente a su lado.
Entre sueños, empezó a recordar los sucesos importantes de los últimos años y cómo había llegado a esa noche. Como todo lo importante, tomó tiempo, método… y rabia.
E. estaba frustrada, llevaba años de militancia en el feminismo, y aunque percibía logros le parecía que todo se movía tan lento, la igualdad era todavía algo muy lejano en tantas y tantas cosas. Se dijo que tenía que hacer algo, una mujer como ella no podía quedarse sentada viendo que las cosas se movían a la velocidad de un glaciar. Pero no sabía qué hacer ni por dónde empezar. Esa noche, mientras navegaba por el menú de Netflix sin decidirse, empezó a notar un patrón interesante: los asesinos seriales. Estos tienen un atractivo morboso y llaman la atención de todo mundo. Y en esto hombres y mujeres están lejos de tener condiciones de igualdad. Es cierto que la Mataviejitas alcanzó cierta notoriedad, pero nada comparable con Ted Bundy, Jack el Destripador o Charles Manson. Así, una fría noche de otoño, decidió que su aporte a la igualdad sería convertirse en una asesina de fama mundial y, desde ahí, desde una posición de poder, lanzar su manifiesto y revolucionar conciencias.
El primer paso, se dijo, sería escoger el tipo de víctimas. No podían ser personas al azar; tenía que haber algo que la hiciera sobresalir rápidamente. Esta decisión era crucial para el éxito de su misión.
Lo primero que se le vino a la mente fue matar políticos. Eso, sin duda, le traería fama inmediata. Pero descartó la idea casi de inmediato: era demasiado arriesgado. Si asesinabas al político equivocado, entonces sí te buscaban.
Luego pensó en artistas, pero esos siempre están rodeados de gente, y llaman demasiado la atención. Sería difícil eliminarlos sin testigos.
Y así fue tachando categorías de su lista: niños, vagabundos, sacerdotes, viejitos… un largo etcétera.
Pasó un mes y estaba a punto de abandonar su plan, cuando llegó —por fin— a lo que pensó que serían las víctimas perfectas: payasos.
Se le iluminó la cara de felicidad al sentir que ya tenía sus víctimas. Los payasos tenían ese componente de teatralidad que buscaba, y además muchas otras ventajas: Los payasos no tenían guardias de seguridad que los cuidaran. Además, un payaso, una vez terminada su función y sin maquillaje, no llama mucho la atención: es una persona como cualquier otra. Tenían el balance perfecto entre impacto y riesgo. Emocionada, puso a calentar agua para el café, y se dispuso a trabajar en su plan. Pensó que lo aprendido en su maestría tendría que servirle para esto, y como buena analista procedió a elaborar una matriz FODA.
Entre sus fortalezas enlistó que era bonita, delgada e inteligente. Se sintió un poco apenada por escribir esto, pero después de meditarlo y verse al espejo, concluyó que tenía que ser sincera, que no había espacio para la modestia en un plan tan riesgoso. Debía evaluar todo de la manera más objetiva posible. Para el recuadro de las oportunidades hizo uso de Google y Facebook Marketplace. Ahí, entre su ciudad y dos ciudades cercanas pudo enumerar a cerca de cincuenta payasos. Un número lo suficientemente grande para llamar la atención. Entre sus debilidades anotó precisamente eso, que no era grande ni fuerte, sin embargo, podía correr rápido y tal vez convertir esa debilidad en fortaleza. En cuanto a amenazas, lo primero que se le vino a la mente fue la policía, pero teniendo en cuenta la gran cantidad de desaparecidos que había en esos días, o tenían demasiado trabajo, o no eran muy buenos en este. Satisfecha, le dio un gran sorbo a su café y una mordida a su pan. Le pidió a Alexa que tocara Pagliacci con Ricardo Mutti, y se recostó a disfrutar de la música y de su plan.
Los días posteriores los dedicó a afinar los métodos de ejecución, si quería alcanzar la fama, tenía que ser difícil para la policía dar con su modus operandi. En una plaza cerca de su casa había un payaso que vendía globos y hacía imitaciones, él sería su primera víctima. Lo seleccionó por su cercanía, quería estar en un terreno que le fuera familiar, entre menos variables estuvieran fuera de su control, mejor. Después de vigilarlo por varios días, se decidió a actuar. Esa tarde eligió un vestido de verano, escotado pero inofensivo, y unos tenis ligeros, por si tenía que huir. Llegó a la plaza y lo vio rodeado de niños, probablemente acababa de hacer algún truco divertido y decidió esperar a que se fueran. Estuvo rondándolo, como un depredador que ha aprendido a sonreír. Lo observaba sin mirar, pasaba cerca sin llamarlo, hasta asegurarse de que su futura víctima ya la había notado. Entonces se acercó, sin apuro, con una cadencia peligrosa en los pasos.
- Buenas tardes, me da un globo, por favor.
- Claro señorita, ¿este está bien?
- No, deme otro, ese está muy chiquito y me gustan largos y gruesos
El payaso tragó saliva y replicó
- Tengo justo lo que quiere, pero no se lo puedo dar aquí
- Entonces vuelvo cuando oscurezca para que me lo dé
- Aquí la estaré esperando
E. regresó a su departamento a esperar que pasara el tiempo. Extendió su tapetito de yoga en el piso e hizo algunas posiciones para relajarse. Todo estaba saliendo de acuerdo con el plan y solo había que preocuparse por tener una ejecución impecable, y para esto, tenía que tener la cabeza fría.
El sol se acababa de ocultar cuando E. se acercó de nuevo a la plaza. El payaso estaba esperándola, ya listo y excitado. Ella se detuvo a unos cincuenta metros de él, esperó a que la viera y se dio media vuelta y empezó a caminar con un andar lento y sugerente. El payaso entendió el juego y fue tras de ella, sin apresurarse, pero acortando la distancia poco a poco.
Ya estaba oscuro cuando E. entró a una casa en construcción. La había estado analizando durante días y sabía que a esa hora ya no habría albañiles, y que el velador no llegaría hasta pasadas las diez de la noche. Tenía todo el tiempo del mundo. Entró hasta lo que sería una recámara al fondo de la casa, y ahí esperó a su víctima. Él aceleró el paso y entró a la casa ya con la respiración agitada y el miembro erecto. Su cerebro había dejado de funcionar y ahora el instinto animal lo poseía por completo, pero aun así seguía manteniendo su rol en el juego. Despacio y en silencio la buscó por toda la casa en penumbras, hasta que lo empujaron de cara a una pared y escuchó una voz femenina
- Hola papacito, ¿me trajiste lo que te pedí? Dijo E. mientras lo abrazaba por la espalda
- Aquí lo traigo, chiquita: largo, grueso y duro, como te gustan
- ¡Ay qué rico! -dijo E. mientras le cortaba el cuello con un filoso cuchillo de cazador que había comprado para la ocasión.
El payaso cayó inerme a sus pies sin alcanzar siquiera a gemir. Ella se puso en cuclillas con mucho cuidado para no pisar el charco de sangre que crecía a cada segundo, con una mano volteó la cara del payaso y pensó que antes no lo había visto bien y ahora quería memorizar su rostro. Como último gesto, se quitó los guantes de látex y se los metió en la boca.
El corte había sido profundo y exacto. Originalmente había pensado en tirar el cuchillo, pero le había costado caro, y además le serviría de recuerdo de su primera víctima. Con cuidado lo guardó en una bolsa Ziploc que llevaba para la ocasión. Hizo unos ejercicios de respiración para tranquilizarse y con paso sereno, salió por la puerta lateral de la casa y se perdió en la noche.
E. cerró tras de sí la puerta de su departamento y se fue directo hacia el baño. Se paró bajo el chorro de la regadera sin desvestirse ni esperar a que saliera agua caliente. Solo la había salpicado un poco de sangre, pero con los ojos cerrados se imaginaba que por su cuerpo corrían ríos y ríos de sangre de payaso, que como se sabe, es la más roja de todas. El agua cambió de temperatura, y con esto su fantasía empezó a perder fuerza y la adrenalina poco a poco desaparecía de su cuerpo. Se desnudó, tomó el shampoo y cinco minutos más tarde, ya bañada y cambiada, echaba su vestido a la lavadora, y acto seguido bañó el cuchillo en alcohol y le prendió fuego, que no quedara ni una molécula de sangre que pudiera incriminarla.
Esa noche tardó en dormirse. Hizo el recuento del día una y otra vez, tratando de asegurarse de que no había dejado ningún cabo suelto que provocara que su gran plan se viniera abajo cuando apenas comenzaba. A la cuarta o quinta vez de haber repasado lo sucedido, terminó por convencerse de que todo había salido perfecto y que no tendría mayor problema. Todavía estaba un poco agitada, procedió a masturbarse, y media hora después dormía como si no hubiera pasado nada.
No fue sino hasta el tercer día que la noticia del payaso llegó a los periódicos. E. no entendía por qué había tardado tanto, pero decidió que no era importante, su plan era de largo plazo e iba a requerir paciencia.
Su segunda víctima vino un mes después, se dijo que debía tener cierto ritmo para que la policía se diera cuenta de que estaba tratando con un mismo asesino. No quiso dejar alguna marca que sirviera de característica, para que pensaran, cuando eventualmente conectaran los puntos, que estaba tratando de permanecer en el anonimato. Pasaron cinco asesinatos y todavía nadie se había dado cuenta de que había un patrón. Su ánimo no era el mejor, pero todavía no estaba dispuesta a renunciar a su plan. Finalmente tuvo suerte en el sexto asesinato. Primera plana en los periódicos locales, alguien había dado con el patrón y en un amplio reportaje enumeraban cada uno de sus asesinatos y hacían hincapié en la fiereza y la inteligencia del asesino. ¡Ese fue un gran día!
Tres años después llevaba treinta asesinatos y empezaba a cansarse, ahora sí la policía le seguía la pista con fiereza. Su más reciente asesinato había sido bastante audaz: había llevado a cenar a su víctima a un restaurante, y ahí, en un descuido, había vertido veneno en su vaso. Ese payaso había muerto contorsionándose a la vista de todo mundo, mientras ella abandonaba el lugar como si no hubiera pasado nada. De las cámaras del lugar la policía pudo saber a quién buscaban, pero sus grandes lentes oscuros en forma de corazón ocultaron gran parte de su rostro, su identidad seguía a salvo, pero ahora tenían más pistas. Se prometió una última víctima, y ahora sí, con la atención del mundo puesta en ella, liberar su manifiesto.
Pero el manifiesto no llegó a ver la luz del día. La mañana siguiente la despertó el ruido de la policía tumbando la puerta de entrada al apartamento. La sacaron esposada y semidesnuda. E. alcanzó a voltear a ver al payaso que se encontraba tirado en la cama en medio de un lago de sangre. 'Se ve tan tranquilo', pensó, 'parece que está dormido'. E. sonrió mientras la subían a la patrulla, recordó uno de sus chistes 'realmente era un tipo divertido'