Al A.... lo detuvo la policía municipal mientras manejaba por el Blvd. Díaz Ordaz, lo que parecía una infracción de tránsito rutinaria no era tal; a golpes lo subieron a la patrulla y se lo llevaron a una casa de seguridad donde lo tuvieron secuestrado durante treinta días. No fue casualidad, sabían perfectamente quién era y qué querían de él. Lo tiraron amarrado en un cuarto vacío y así lo dejaron durante el tiempo que estuvo ahí. No lo dejaban ir al baño, se orinaba y defecaba encima de la ropa y a veces lo bañaban a manguerazos de agua fría para limpiarlo. Cuando por fin lo soltaron, tenía llagas por todos lados; traumado y aterrorizado dejó la ciudad en cuanto pudo, para nunca más volver. Así era la policía en aquellos tiempos.
Para nosotros eran tiempos de vacas gordas, el negocio empezaba a despuntar y me acababa de comprar un carro del año, no lujoso pero sí un buen carro. Solíamos comer en buenos restaurantes de la zona río y andar de camisa blanca y corbata de diseñador. Una de estas tardes iba caminando por enfrente de La Espadaña en el corazón de la zona río, hablando por teléfono con un amigo y sin poner mucha atención a mis alrededores, cuando intempestivamente una van blanca destartalada se estacionó a un lado mío. Traía la puerta lateral abierta y vi que venían 6 o 7 policías municipales con armas largas; en aquellos años la policía municipal todavía no tenía autorizado el uso de armas largas y los que vivimos en Tijuana recordamos tanta leyenda negra de las vans blancas que servían para levantar gente. El tiempo se me detuvo, alcancé a decirle por teléfono a mi amigo yo creo que me van a levantar, bajito para que no me escucharan, no fueran por alguien más y yo dándoles ideas. Seguí caminando y pensé que sea lo que Dios quiera y bueno, Dios no quiso que me levantaran y tan solo viví los 3 o 4 segundos más largos de mi existencia.
Meses después, una noche regresando de la quinceañera de la Karla, me tocó un retén de la policía municipal enfrente del parque Morelos. Ya era noche, mi carro nuevo y recién lavado, además venía de traje, es decir, me miraba sumamente sospechoso de traer dinero. Se me acercó un policía sonriente y bonachón que me preguntó a quemarropa de dónde venía y si había tomado. Solo me había tomado un whiskey y algunos vasos de agua mineral así que pensé que no tendría porqué preocuparme. Nos va a tener que acompañar a que le hagan un análisis de alcohol me dijo con una sonrisa como si me estuviera ofreciendo un celular en plan o algo similar muy cotidiano. Por supuesto que me resistí alegando que no venía alcoholizado. ¿Es usted químico o doctor? ¿no?, entonces me va a tener que acompañar a que le hagan su análisis. Me bajé del carro y pedí hablar con su comandante y ahí estuve esperando unos 10 minutos a que se desocupara el ladrón en jefe, Mugica se apellidaba el policía que me detuvo según se leía en su plaquita en la camisa del uniforme, era un tipo agradable y bromista, lo cual no lo hace menos delincuente. De pronto me dijo mira, el comandante no te va a atender, lo que va a suceder es que te vamos a llevar a la 8 con el químico a que te revise, el examen cuesta 800 pesos y te van a sacar sangre con una jeringa reciclada, y eso quién sabe a qué horas sea porque a los detenidos los llevamos primero a pasear.
Claro como el agua. Iniciamos la negociación, para mi mala suerte solo traía dos billetes, uno de 100 y otro de 500, intenté darle el de 100 y soltó una carcajada,
- No jefe, si agarro solo 100 pesos el detenido voy a ser yo
- No la chingues Mugica, hazme un paro
- Páseme los 600 me dijo mientras me entregaba un billete de 200
- ¿De perdida me vas a dar factura?
- Jajajajajaja que le vaya bien jefe, váyase con cuidado
Y así, con 400 pesos menos en la bolsa me pude ir a dormir.
Días después bajando la rampa del Cetys como a las 10 de la noche me topé con el mismo retén, otro policía empezó con las preguntas cuando veo al Mugica en la línea de a un lado
- Mugica!
- Eit!
- Oye dile a tu compa que yo ya cooperé
- Ah sí, déjalo pasar, es compa, ya cooperó
Y así era la vida en la Tijuana de Hank y Algorri