jueves, 16 de octubre de 2014

20 de Noviembre ¡no se olvida!

Tal vez ustedes no lo recuerdan o no lo hayan vivido pero a principios de los 80 la economía del país empezó a irse al carajo vertiginosamente. Estaba en tercero de secundaria cuando el peso repentinamente se devaluó a cerca de 100 pesos por dolar y las cuentas en dólares de pronto se convirtieron en pesos, al tipo de cambio que al gobierno le dio la gana.

Durante estos días no se hablaba de otra cosa en nuestras casas que de lo difícil que se iba a poner la situación. Nosotros no éramos particularmente activos políticamente e incluso la sociedad de alumnos no era otra cosa que unos voceros al servicio de la dirección, tal y como lo requieren las buenas conciencias.

En medio de todo este ambiente llegaron los preparativos del desfile del 20 de noviembre, no solo con los ensayos sino también con los requerimientos de siempre: Tenis nuevos, pantalón y sudadera blancos y las pendejaditas adicionales para hacer el show.
No sé de quién fue la idea pero empezamos a discutir de lo innecesario de todos estos gastos y que el desfile muy bien se podía llevar a cabo con nuestro uniforme de la secundaria y así nuestros padres no tendrían que hacer esos gastos.

Poco a poco la idea fue tomando forma y decimos recabar firmas y presentar la propuesta en la dirección. Recuerdo que nos la pinteamos Guillermo y Loreto Talamantes, Homero Navarro y Yo y nos fuimos al parque y con una maquinita de escribir hicimos nuestra propuesta.

Los siguientes días fueron de mucha actividad convenciendo a los compañeros de que firmaran. No recuerdo cuantas firmas recabamos pero sí que la gran mayoría de a los que le pedimos firmaron.
Entregamos nuestra propuesta junto con todas las firmas creyendo sinceramente que era algo lógico y que no tendría mayor problema en que lo aceptaran. ¡Oh bendita inocencia!

Al día siguiente nos citaron en la dirección y nos reclamaron que por qué nos estábamos metiendo en cosas de política y que se notaba claramente que el escrito lo había hecho algún adulto que nos estaba manipulando. No sé si realmente estaba muy bien escrito o simplemente es el cliché con el que se pretende descalificar a cualquier movimiento estudiantil y que me ha tocado ver tantas veces repetido a lo largo de mi vida.

La discusión subió de tono y empezaron las amenazas. De nuestro lado que no íbamos a desfilar y del de ellos que si no desfilábamos nos bajarían calificación en matemáticas. Sin más que discutir salimos más bien confundidos. No entendíamos como la vanidad del desfile les impedía escuchar razones.

Años después entendí que la cuestión no era que les importara un carajo el dichoso desfile, sino que se sentían ultrajados por habernos atrevido a cuestionar su autoridad. Esto explica muchas cosas que estamos viviendo estos días.

De los maestros no recibimos mayor muestra de apoyo, solo la del Sergio Buelna, maestro de  mecánica, que nos reclamó que no le hubiéramos consultado cómo hacer las cosas.
Ahora tienen que aguantarse como los hombres y no desfilar fue lo último que nos dijo.
No hicimos mayor trabajo de convencimiento con los compañeros para que no desfilaran, pero eso sí, nosotros cuatro no lo hicimos. Y tal y como nos lo habían advertido llegó David el prefecto al salón con un tono amenazador a preguntar quién no había desfilado y el porqué. El Guillermo y el Loreto muy valientes y retadores simplemente respondieron Porque no. El Homero no me acuerdo y a mí se me abrió un poquito la cajuela y dije que había estado enfermo.

Nos aplicaron el dichoso descuento en matemáticas pero no nos importó gran cosa. Ambas partes ahora sabíamos de qué estábamos hechos

sábado, 4 de octubre de 2014

La pluma en forma de cebra

   

Por: Pedro Alfonso Paredes Pérez

Esta es la historia de Frank, un hombre común como muchos, pero inusual como pocos.
Nuestra historia  comienza en el año 1983 A.D.LT.(antes de los titanes), Frank trabajaba en una tienda de autos Volkswagen, no le pagaban mucho pero a él no le importaba el dinero. Él era un hombre feliz con todo lo que tenía.

Frank vivía con su perro Lucho, tenía un Volkswagen que le daba la compañía a cada empleado productivo después de cierto tiempo (no era un auto que digas ¡órale! que rico ha de ser ese hombre, pero un auto es un auto ¿no?). Tenía una hermosa casa en una fea ciudad (seamos realistas no todas las ciudades son limpias, con buen gobierno… creo que ya me expliqué ¿no?), una televisión que abarcaba todas sus necesidades y lo mejor de todo: era el MEJOR en su trabajo, nadie lo hacía con el ánimo de Frank, ¡¡¡hasta el gerente le tenía celos!!!

A Frank le gustaba en las mañanas un buen jugo de naranja con limón y piña (no me juzguen, eso le gusta a Frank y yo solo estoy relatando su historia), cuando se le acababan las frutas que usaba iba al mercado por más, pero ese día decidió tomar una ruta distinta, y vio que un compañero suyo llamado Judrogitón (no me mires así, ese nombre le pusieron sus padres ¿está bien? Yo solo narro la historia) que estaba haciendo una venta de garaje, ahí estaba también el gerente que al igual que Frank pasó por otra ruta y terminó ahí pero no venía con buen humor, él estaba furioso por una venta que no logró hacer y empezó a molestar a Judrogitón tirando cosas de sus mesas solo para irse  1 minuto con 27 segundos después de haber llegado sin siquiera haber saludado. Frank le ayudó a recoger todo y al estar recogiendo se encontró con un artículo muy particular: una pluma con forma de cebra.

Frank se interesó por la pluma y aunque Judrogitón no sabía qué era eso o de dónde lo había sacado Frank dejó que se lo llevara gratis


Llegando a su casa Frank se dirigió a resolver el crucigrama de la semana que venía en el periódico (nunca los hacía pero siempre hay una primera vez para todo y esta era la primera vez que él hacia un crucigrama), recordó la pluma que adquirió ese mismo día y se propuso a terminar el crucigrama con esa nueva pluma

Comenzando el crucigrama se quedó pensando en la primera pregunta: animal de 4 patas, grande, con piel blindada y con un cuerno (probablemente dirás; qué fácil pregunta, la respuesta es rinoceronte), en el mundo de Frank no existía tal cosa como un rinoceronte, es más, eran solo un mito en el espacio (si mundo, ¿ah verdad? ¿Pensaste que la tenías tan fácil?), pero Frank no pensaba si era un rinoceronte, él sabía lo que era exactamente: un ponycornio. Un ponycornio es una especie de pony fusionado con unicornio (si exacto, no me preguntes, solo sigue leyendo).

Frank de chico siempre quiso un ponycornio, ir volando sobre un volcán marino y cosas así. Pero se extinguieron así que no podía obtener uno. Frank escribió la palabra ponycornio en su crucigrama, momentos después la palabra había desaparecido y en su lugar apareció un: gran, blindado y con un cuerno de unicornio blanco, ponycornio. Al principio se asustó y pensó que estaba loco pero se dio cuenta de que no.

Durante un rato Frank siguió apareciendo cosas que necesitaba como una cama nueva, otra casa para Lucho  y  otras cosas más.

Al día siguiente Frank llevó la pluma al trabajo comiendo una que otra galleta de cuando en cuando porque ¿Quién no come galletas mientras trabaja en su oficina? (no cuentan maestros). Por fin le tocó un cliente, dejó sus galletas y cuando agarró su pluma para guardarla tuvo una visión de él en el futuro: era él con ese cliente vendiéndole un auto en específico, el cliente le dio las características de lo que buscaba y Frank lo llevo al auto de la visión. El cliente le sorprendió de lo que hizo Frank: no le dio el auto que pidió sino que le dio justo lo que quería en verdad.

Hizo la venta y el gerente hablo con él, que no lo llevó con el auto que el cliente había especificado y todo eso, pero luego se dio cuenta de lo feliz que estaba el cliente con su nuevo y asombroso auto (tenía radio, siiiii matracaaaa) y tuvo que concederle a Frank la razón.

Frank volvió felizmente a su hogar, sacó a pasear a su perro y su ponycornio (por más que un animal se extinguiera uno tenía la libertad que quisiera de tener a una especie en peligro de extinción) volviendo a su casa vio la televisión un rato y luego se preparaba un cereal cuando tocaron la puerta…

A Frank nunca nadie le había tocado la puerta, agarró la pluma para tener una visión y se vio a él cayendo con un hoyo en el pecho. Frank al ver esto no abrió la puerta pero aun así el hombre misterioso entró y trató de apuñalar a Frank. Frank estaba indefenso ante esta amenaza y estaba seguro que iba a tener una muerte lenta y desesperante. De pronto Judrogitón entró lanzándole una piedra al hombre misterioso aturdiéndolo y dándole tiempo a Frank de escapar. Frank subió al auto de Judrogitón, Lucho subió al auto también, huyeron de ese oscuro lugar: el cielo se oscureció y cayó un rayo cerca de las afueras de la ciudad apareciendo junto con él a muchos monstros.

Frank se dio por vencido, ni con las habilidades del mejor luchador del mundo podría vencerlos a todos, todos los monstruos eran rápidos y se iban hacia Frank con mayor velocidad de la que podía correr. Finalmente uno de ellos lo tacleó, y Frank aterrorizado se lamentó por no poder haber estado más tiempo con Lucho (que estaba persiguiendo  un monstruo), por no haber ido a las carreras con el ponycornio y por no haber completado el crucigrama.

El monstruo saco de su bolsillo una navaja e hizo un hoyo en la camiseta de Frank quitándole la pluma, justo después de esto el cielo se volvió claro y los monstruos desaparecieron al instante.
Resulta que la pluma era un objeto que se le daba a la gente buena para que aprendieran que por más que un objeto les puede facilitar la vida deben vivirla como siempre la han vivido. Judrogitón era solo uno de los que entregaba los objetos a esos elegidos.

Frank aprendió la lección, volvió a su casa con Lucho, prendió la tele y continuó viendo su anime favorito shingeki no kyojin.




domingo, 20 de julio de 2014

Todo era nada

Todo era nada.


Y mientras tanto, creíamos que nada pasaba.
Creíamos que nada era grave.
Que nada nos afectaba, que nada nos tocaba.
Porque aunque todo pasaba, lo veíamos a través de pantallas.
Pantallas que convertían el suceso más dramático en simple entretenimiento nocturno.
Pantallas en las que los encargados de informar hablaban con tono de cirqueros.
Pantallas que convertían todo en nada.

Y mientras nada pasaba, fuimos perdiendo la capacidad de asombro.
Fuimos viendo el asesinato, la corrupción y la tortura como algo cotidiano.
El sexo, como un acto casual sin sustancia.
El amor, como una comedia ligera.

Mientras nada pasaba, nuestros gustos, deseos y ambiciones eran dictados a través de esa pantalla.
Y fuimos consumidores.

Nada pasaba mientras la pantalla nos decía que para ser felices, debíamos buscar que todos nos  aceptaran.
Y fuimos inseguros, anoréxicos y metrosexuales.

Era la época en la que la pantalla nos mostraba un todo que no significaba nada.

Y la nada, era muy cómoda.
No había que preocuparse por leer, la pantalla lo hacía por nosotros.
No había que pensar en temas de plática, bastaba con encender la pantalla.
No había que esforzarse en educar a nuestros hijos, la pantalla lo hacía a la perfección.
Y fuimos autómatas.

Mientras nada pasaba, nos fuimos llenando de pantallas.
Pantallas en casa, pantallas en la oficina, pantallas en nuestros bolsillos.
Y las pantallas que veíamos nos cegaban ante lo que realmente pasaba.

Y por un tiempo, estar ciegos fue bueno.
Confortable.
Pero poco a poco, ese confort se fue conviertiendo en incomodidad.
Una incomodidad inexplicable.
Una incomodidad inquietante, sofocante, aplastante.

Una incomodidad que nos llevó a buscar respuestas.
A cuestionar lo que nos rodeaba.
Y en efecto, buscamos respuestas.
Pero las buscamos en las pantallas.

Así, el círculo se cerró y dejamos de avanzar.
Nos estacionamos sin saberlo, y tal vez, sin quererlo en la confortable sensación de que nada pasaba.
Y mientras nada pasaba, la estulticia se volvió nuestra compañera.

Y mientras nada pasaba, nuestra civilización se acababa.
Mientras nada pasaba, economías enteras se colapsaban.
Guerras se declaraban.
Los cuerpos se apilaban.
Las cabezas literalmente volaban.

Pero, como era cosa de todos los días, a nuestros ojos, nada pasaba.

Hasta que llegó el momento en que todo dejó de pasar en la pantalla.
Empezó a pasar cada vez más cerca.
Tan cerca, que nos empezó a tocar.
Tan cerca, que no tuvimos escapatoria.
Tan cerca, que ni siquiera las pantallas nos tranquilizaron.

Pero aún así, decíamos que nada pasaba.
Lo decíamos en un futil intento por tranquilizarnos.
Lo decíamos con la esperanza de que todo fuera un sueño.

Y mientras lo decíamos, los ejércitos sitiaron las ciudades.
Mientras lo decíamos, el sonido de las sirenas aumentaba.
Lo decíamos mientras el sonido de las balas se volvía más y más común.
Mientras ver cadaveres a nuestro alrededor era cotidiano y hasta trivial.

Decíamos que nada pasaba mientras la vida se nos pasaba.

RBoxer

Publicado en la Revista En Tanke Tsm de Tijuana, 2010 con ilustración de Luis Vicente Díaz

domingo, 6 de julio de 2014

La chancla de mi amá y el cinto de mi apá

En mis tiempos era común que las mamás nos dieran con la chancla, los papás con el cinto y en la escuela los maestros con el metro. Así es como era, punto. No había nada que reclamar, alégale al ampayer. De los maestros esta vez no voy a decir nada, pero no se me ha olvidado cabroncitos.

Mi amá

Siendo sinceros mi amá me pegó pocas veces y de estas solo dos merecen mención. Empiezo con su chancla.

La chancla
Ya conocen la bonita tradición de las madres mexicanas de amenazar y muchas veces darle a los hijos con la chancla, pues bien, la situación es que las chanclas de mi amá eran de madera, probablemente de una pulgada de gruesa, con un cintillo de piel de color blanco, lo cual no es importante; que hayan sido de madera sí, estaban pesadas y duras.

Total que para no darle más vueltas al asunto resulta que un día no sé qué habría hecho que mi amá me iba correteando dentro de la casa y no me podía alcanzar, porque eso sí, mi política siempre fue si me vas a pegar me tienes que alcanzar, así que se quitó una chancla y me aventó con ella. Para mi mala suerte con tal puntería que me dio justo en la cabeza. Sonó como a hueco, lo cual no es extraño y la verdad me dolió un chingo. Mi amá cuando se dio cuenta del madrazote que me había dado se asustó todita y llegó corriendo con el típico ayyy mi'jito, ¿te dolió mucho?, no te quería pegar. Y sí, un accidente y un chichoncito, nada más.

El tanquecito
La otra vez que me acuerdo que me sonó duro fue todavía más accidental. Ya estaba yo en la secundaria, probablemente en segundo, en esa época en que ya eres medio adolescente pero todavía tienes algunas cosas de niño. En esos días estaban de moda unos llaveros de metal con figuras de armas que vendía el Toto, ¿o era el Carnitas?, sabe, el caso es que no solo eran llaveros sino además le ponías una especie de cuete y cuando disparabas hacían ruido y eso nos gustaba mucho. Yo tenía un tanquecito de guerra de aproximadamente el tamaño de una mandarina, pesado y sólido.

Esa tarde como muchas otras, había dejado los pantalones de mi uniforme tirados en el piso y que los agarra mi amá y me dice ¡ya te he dicho muchas veces que no dejes ropa tirada! y dicho esto que me da con el pantalón en la espalda y yo salgo corriendo gritando por el dolor y mi amá atrás de mi
No seas simple cristalito, no te dolió, a la otra te voy a dar con un calcetín para que no llores.
 Después del dolor inicial regresé con ella y me quité la camisa y le dije 

a ver revísame
ayyy mi'jito ¿qué te pasó? ¿quién te pegó?

¡pues tú!, ¿cómo que quién?
¿cuándo?
¡pues ahorita! 

Y sacando el tanquecito de mi pantalón le dije  

con esto me diste
no sabía que traías eso, pero además tú tienes la culpa para qué andas dejando las cosas tiradas 

Y sí, debo de reconocer que tenía razón. 

 Mi apá

Pedro Cervantes era bastante más sueltecito con el cinto que mi amá y por lo mismo tendría más historias que contar, pero vamos a dejarlas también en dos.

El hacha
Debo de haber tenido tal vez unos 10 años y siendo como era se me ocurrió que sería buena idea tumbar un pino salado de los que estaban a un lado de la casa. Mi apá tenía una hacha chiquita de metal, de una sola pieza a la que le decíamos el tomahak, probablemente aprendimos esa palabra del Aguila Solitaria o el Llanero Solitario. En fin, el caso es que estaba duro y dale con el tomahak tratando de tumbar el árbol, que no estaba tan chiquito y que lo más probable es que cayera encima de la casa y hubiera causado daños. ¿Qué por qué estaba haciendo eso? pos nooomaaas.

Y llegó mi apá por atrás sin que me diera cuenta y me arrebató el hacha. Inmediatamente salí corriendo pues los cintarazos eran inminentes, y mi apá atrás de mí gritándome que me parara, lo cual por supuesto no iba a suceder. Lo chistoso del asunto es que mi apá nunca soltó el hacha y  atrás de él iban mis amigos corriendo gritando Lo va a matar!, lo va a matar!

La persecución
 En cuarto año de primaria por alguna razón que mi memoria no alcanza a recordar nos tocó tener horario quebrado, entrabamos en la mañana, salíamos a las 12 y regresábamos en la tarde creo que de 2 a 4.

Ese día en particular el profe Valero no iba a poder darnos clase en la tarde así que la teníamos libre. No sé qué pasó que mi apá no fue a comer a la casa y llegó cuando yo debería de haber estado en la escuela pero en vez de eso me encontró jugando a las canicas. Lo vi bajarse del carro ya con el cinto en la mano

Espérate pá, deja te explico!
A mi no me vas a explicar nada! replicó mientras se acercaba con toda la intención de darme unos cabronazos. Huye venado!,  y me di inmediatamente a la fuga.

Salí corriendo por detrás de la casa y seguí por el callejón de atrás de la casa de los Villafaña y el Arturo tiburón. A como pude me subí a la barda de la primaria  y atravesé corriendo el patio de la primaria donde mis compañeros de salón jugaban fútbol. El plan era sencillo, llegar con mi amá a su tienda y que ella le explicara que todo era legal, que no había problema por estar jugando en horas de escuela. Casi lo logro, pero justo antes de entrar a la tienda de mi amá llegó mi apá en su pickup rojo bufando de coraje. Me le escapé por el callejoncito que estaba entre la tienda de mi amá y la del carnitas. Corriendo entré a la iglesia invocando asilo en sagrado, ingenuamente creyendo que me protegería de la furia de mí ya muy encabronado padre.

Y nada que, lo vi entrar a la iglesia con el cinturón en la mano y supuse que no le importaría gran cosa lo que el rey Ethelberto pensara así que no me quedó de otra que seguir huyendo. Me metí al cuartito de los monaguillos y me salí por la ventanita que tenía cerca del piso. Esto me compró unos cuantos segundos de ventaja que aproveché para subirme al árbol más alto que pude encontrar en el parque.

Bájate, gritaba mi apá como Shere Khan
No porque me vas a pegar!
No te voy a pegar, te voy a dar unos cariñitos nada más
Pues no me bajo!

Después de un rato de gritar y habiéndose convencido de que no me iba a bajar por mi propia voluntad mi apá decidió hacer como que se retiraba. Tomó su carro y se fue, pero estacionó su carro en un lugar donde suponía que no podía verlo, escondido esperando a que me bajara para sorprenderme. El problema con este plan es que desde arriba del árbol yo podía ver perfectamente todo esto y por supuesto que no me bajé.

Finalmente se aburrió y se fue. Yo decidí esperar hasta que fuera noche para regresar a la casa. No sé a qué horas regresé pero lo que recuerdo es que mi apá ya estaba dormido y al menos por esa vez había salido ileso.

martes, 20 de mayo de 2014

Donando sangre

Eso de tener enfermero en casa es un arma de doble filo, o le pierdes el miedo a las inyecciones o les agarras pavor. Mi caso fue el segundo y es de un grado tal que no puedo ver ni siquiera que inyecten a un mono en las caricaturas. Hay ocasiones en las que me inyecto pero realmente me tengo que sentir muy mal para que eso suceda.
Así que donar sangre no crean que es algo sencillo para mí, de hecho es una de las cosas que me dan más miedo, sin embargo en un par de ocasiones he tenido que enfrentar la aguja frente a frente.

Primer Capítulo

La primera vez que doné fue para una operación de mi mamá, llegué al laboratorio del sanatorio del Carmen en Ensenada ya bastante asustado y nos tuvieron un buen rato esperando como para hacer la agonía más intensa. El primer capítulo fue bastante malo, en teoría solo me iban a sacar un poco de sangre para probar que pudiera donar pero yo vi que me sacaron una jeringota, me dolió mucho y me asusté más. Después pasó Pedro y cuando salió nos tiramos un rato en el jardín en lo que salían los resultados.

Cuando por fin llegó la morra a decirnos que los dos éramos aptos para donar ya habíamos desechado los planes de salir huyendo. Me pasaron primero a mí a la entrevista dichosa, ya saben, que si te inyectas drogas (JA!), número de parejas sexuales y todo tipo de perversiones que me hicieron sentir como si me estuviera entrevistando un sacerdote del Opus Dei. Al final empecé con las negociaciones

--Oye, te doy 20 dólares si pasas primero a mi hermano
--No, no puedo aceptarlos
--Ándale, ¿qué te cuesta?, es más, te doy 40
--Que no, como eres simple, ¿por qué quieres que pase el primero?
--Pues porque me da miedo, entre más me tarde mejor.
--Ya no seas llorón y fírmale de que viniste voluntariamente
--¿Voluntariamente?, ¿quién te dijo que vine voluntariamente?
--¿No vienes voluntariamente?
--¡No, claro que no!, vine a fuerzas porque van a operar a mi amá, si no pura nada que vengo
--De todos modos fírmale y ya no estés haciendo teatros

Cuando me senté en la cama y empezaron a alistar todo la realidad me golpeó con un upper, en unos minutos más iba a estar donando sangre. Cuando mis venas vieron ese pica hielos que dicen que era la aguja, decidieron esconderse y para que la enfermera las encontrara fue una odisea pero finalmente la sangre poco a poco empezó a fluir. Estaba sudando como condenado y la enfermera trataba inútilmente de tranquilizarme. Por fin, después de mucho sufrir en manos de esa versión moderna de Elizabeth Báthory por fin cumplí mi deber de llenar una bolsita de sangre y era turno de mi hermano que tampoco fue muy valeroso que digamos.

Anduve como 3 días con el brazo encogido y cada que lo estiraba me llegaban los recuerdos y mejor lo volvía a encoger. A la semana llegué al auditorio a buscar al Pedro que estaba jugando basket, me encontré al Ivanillo viendo el juego y me presentó a su novia y ella me dijo como en tono de confidencia

--Ves al güerito que trae la pelota? dijo señalando a mi hermano
--Si, ¿qué tiene?
--Fíjate que mi papá tiene un laboratorio y fue a donar sangre y no sabes que miedoso resultó
--¿En serio? a ver cuéntame
--No, pues dicen las muchachas que hasta se andaba desmayando cuando terminó de donar
--Oye, pero ya se ve grande, de más de veinte
--Si, pero lo peor es su hermano, ese si dicen que era bien miedoso
--¿Más grande el hermano o menor? 
--Nooo, mucho más grande, como de treinta dicen 
--No puedo creerlo que un hombre de treinta años ande haciendo panchos solo por donar sangre, si no pasa nada, de veras que es increíble que haya gente así, no entiendo para que va a hacer el ridículo si no se sabe comportar

Y mientras yo decía todo esto el Ivanillo estaba al borde de un ataque de risa haciendo hasta lo imposible por aguantarse. Y estábamos en eso cuando el juego se terminó y el Pedro llegó con nosotros

--¿Qué ondas carnal cómo estás?
 --Bien, aquí el Ivanillo me acaba de presentar a su novia
--Ay, ¿tú eres el hermano miedoso?

Y soltamos la carcajada el Ivanillo y yo.

 Segundo Capítulo

Un par de años después la mamá de unas amigas muy queridas enfermó y la llevaron a Tijuana para su operación y requería donadores de sangre. Así que ahí les voy con todo el miedo del mundo haciendo de tripas corazón.

Por supuesto que la espera fue larga, ya saben el pequeño toque masoquista del químico para hacer su día más llevadero y tener de que platicar el viernes en el bar con los compas. O al menos eso creo. Cuando al fin me sentaron de nuevo estaba todo asustado y agarré mi teléfono y le empecé a marcar a todo mundo tratando de conseguir algo de apoyo moral. Y de nuevo el químico me quiso regañar por miedoso, me pregunto si les darán una materia en la escuela que se llame Regaños I o algo así. Total que lo paré en seco diciéndole

Mire doctor, a mi me da mucho miedo esta onda pero la sangre tiene que salir, así que usted haga lo que tenga que hacer para que la bolsita esa se llene y a mi déjeme hacer mis panchos. ¿Entendido? cada quien a su jale.

Y así después de engordar mi recibo del celular y sufrir mucho la bolsita se llenó y de nuevo duré con el brazo encogido como 3 días.

lunes, 14 de abril de 2014

Fer se me olvidó bajar la pistola

Tenía 3 meses que había entrado a Softek cuando me mandaron a visitar a nuestro cliente a Los Angeles. El Fer, llevaba toda la semana dándome más recomendaciones que mi amá cuando salíamos de campamento o a competir en algún deporte. Entiendo que tal vez sería la costumbre de lidiar con gente del interior del país que no están acostumbrados a la frontera, o por lo que haya sido, la verdad es que tanta recomendación ya se merecía una buena broma. Karma le dicen.

Debo confesar que a pesar de habérmelo recordado tantas veces no saqué el mentado permiso I94, que se vayan a la fregada pinches Coreanos sangrones. Obvio que nadie me lo pidió, nunca he sabido de alguien al que se lo hayan pedido. ¿Ustedes si?.  Total que sin mayores inconvenientes llegué hasta el estacionamiento del cliente. Pongo a Dios de testigo que hasta ese momento al estar escribiéndole un SMS se me ocurrió una buena broma y cambié mi mensaje original por el siguiente.





Yo sabía que el Fer estaba en ese momento en un curso marciano con gente de Monterrey así que estaría menos tranquilo que de costumbre. Inmediatamente sonó mi teléfono y le rechazé la llamada. Volvió a sonar y se la volví a rechazar. El Fer tenía todos los motivos para creer que el mensaje era real, para empezar venía yo de Tijuana y ya saben la fama que tenemos. Además había un par de detalles más que hacían al mensaje parecer real. Total que no lo hice sufrir mucho, me dió pendiente que a su edad le fuera a dar un infarto y le escribí de nuevo


E inmediatamente después recibí el siguiente mensaje


Y respondí




Ya no volvimos a hablar y me dediqué a trabajar con el equipo del cliente en el plan de trabajo del siguiente año. Todo muy bien, muchas horas de juntas, litros de café y unas cervezas al final del día. Al día siguiente al ir manejando de regreso a Ensenada recibí el siguiente mensaje


Yo pensé que estoy me había ganado el perdón total, pero estaba un poco equivocado. El lunes que me presenté a trabajar al darle mi reporte al Fer me escuchó con mucha atención y me hizo muchas preguntas sobre cómo estaríamos de chamba el siguiente año. Y que se me ocurre preguntarle

Oye Fer, ¿y qué ondas con el mensaje que te mandé?

Hijo de tu pinche madre!, hijo de tu pinche madre!, hijo de tu pinche madre!

Y así se quedó tildeado hasta que le tuve que dar un Ctrl+Alt+Del

lunes, 7 de abril de 2014

Lupito



Los eventos que voy a relatar son tal cual mi memoria los registra y no sería honesto si no admitiera la posibilidad de que todo esto fuese tan solo una fantasía juvenil que con el paso de los años mi cerebro convirtió en memoria. Habiendo hecho la aclaración prosigo con mi relato.

Estábamos en segundo de secundaria y en esos días era bastante popular un juego que le llamábamos "el chícharo". La mecánica era muy simple, cuando alguien decía una grosería los demás lo agarraban a golpes hasta que gritara chícharo! Y entonces como por arte de magia los golpes cesaban hasta la siguiente majadería. Solo había un detalle, para que alguien pudiera pegarte tenía que haber establecido primeramente contigo un acuerdo de estar en el juego, al que le llamábamos "estar validos" así, sin acento.
Por supuesto entre los estudiantes casi todos estábamos valido con todos y solamente un maestro estaba valido con nosotros. Lupito

Lupito era nuestro maestro de español, un tipo muy bajito y delgado que ahora a la distancia me recuerda un poco al Gollum de la película. Tenía la siguiente pecularidad, era un pervertido y no disimulaba su preferencia por los muchachitos, en particular un compañero tenía que soportar que le dijera "mi periquito" con insistencia y por supuesto intentara tocarlo a cada oportunidad que se le presentara. Así en realidad el hecho de estar valido al chícharo con nosotros no era sino un pretexto para tocarnos aunque fuera brevemente. Como todo pedófilo trataba de convencernos de visitarlo en su casa con un ofrecimiento bastante patético, mazapanes del INPI, que tal vez algunos de ustedes recordaran que eran duros y malos. Me pregunto si alguna vez esto le habrá funcionado.

Una mañana estábamos el Pulpo, el Toño bilingue Flores, el Roby y yo pinteándonoslas atrás del taller de costura cuando llegó Lupito muy enojado, no con nosotros por habernos encontrado fuera del salón de clases, sino por alguna otra razón.
¿Qué traes Lupito? Le preguntó el Pulpo
Chingado alcanzó a responder sin disimular su coraje. Ahora bien, Lupito jamás decía una grosería y nunca nadie le había pegado en el chícharo, así que se nos presentaba una oportunidad inmejorable. Al Roby se le hizo el brazo como tornillo de las caricaturas de popeye y le dió un derechazo sólido en el pecho y Lupito cayó como Paquiao.
Inmediatamente me agaché a tomarle el pulso y no sentí nada
Roby lo mataste, ¿y ahora qué hacemos?
Rápidamente analizamos nuestras opciones, entre las cuales no se encontraba ir a la dirección a confesar lo sucedido. Decidimos que lo mejor sería deshacernos del cuerpo y como había una pila subterránea de agua a unos cuantos metros y además esta no tenía tapa, y nunca la tuvo durante los tres años que pasé ahí a pesar del peligro que esto implicaba, por ejemplo de que unos alumnos tiraran ahí el cadáver del maestro que acababan de asesinar.

Cada uno lo tomó de una extremidad y a mí me tocó el brazo derecho. Como además yo iba por enfrente fui el primero en notar que podrían vernos desde la dirección.

Aguanten, si lo tiramos en la pilita nos pueden ver desde la dirección.


¿Y entonces qué hacemos?

Hay que tirarlo atrás del cuartito de herramientas, ahí no nos ven y van a tardar en encontrarlo

Y ahí vamos cargando el cuerpo inerte de Lupito, lo tiramos donde lo planeamos sin que nadie nos viera y aprovechando que había varios pinos salados lo cubrimos con ramas y empezamos a echarle tierra para ocultar mejor el cadáver.
En eso estábamos cuando sonó el timbre del receso y pues había que irnos de ahí lo más rápido posible pero sin levantar sospechas. El Roby iba al frente caminando con paso decidido y de pronto nos increpó.

No vayan a decir nada cabrones, que ya maté una vez... ¡y puedo volver a matar!

Nos metimos a clases de matemáticas con el profesor Arturo y en eso estábamos cuando de pronto se abre la puerta y afuera estaba Lupito todo enterregado como si acabara de levantarse de su tumba, lo cual, técnicamente era correcto.

Maestro puedo hablar con Arce, Warner, Flores y Paredes.  Dijo temblando del coraje
El prof. Arturo apenas atinó a asentir asombrado por la pinta de Lupito
Salimos los cuatro apresuradamente y ya afuera del salón el Pulpo le soltó riéndose

No mames Lupito, pensamos que te habíamos matado!

Y Lupito empezó con amenazas de una venganza de la cual no íbamos a poder librarnos a menos que hiciéramos algo para compensarlo, pero el Toño que siempre tuvo una inteligencia muy aguda lo tomó del brazo, le hizo manita de cochi mientras le decía

Mira pinche puto, tú que dices algo y nosotros vamos a decir que te madreamos porque nos querías agarrar los huevos!
Con eso dimos por terminado el episodio y Lupito no volvió a jugar al chícharo y al menos a nosotros cuatro no volvió a molestarnos.

martes, 25 de febrero de 2014

Rufino Viscond



Rufino Viscond se asomó a la puerta. Entrecerró los ojos por instinto a causa de los rayos de sol que le dieron de lleno en la cara. Apretó fuertemente la culata de la escopeta con la mano derecha, mientras con los dedos de la izquierda acariciaba nervioso el tubo del cañón. El frío del acero le trajo el recuerdo de aquella tarde cuando todo comenzó…

Rufino había llegado a Tijuana como todo mundo, pensando en brincarse la barda, pero ustedes saben cómo es eso, tú traes toda la voluntad del mundo pero sin feria el pollero no afloja. Y así, poco a poco los días fueron pasando, hasta que aquella tarde se encontró haciendo fila para entrar a las pulgas. A Rufino le gustaba el rock pero un compa le dijo que iban a ver a unas morras en el baile de los Sierreños del Norte y como era un recién llegado pensó que no podía dejar pasar la oportunidad.
Su compa no llegó y él ya estaba medio aburrido cuando una morra le dijo 
¿Qué ondas contigo? , ¿Tú no bailas?
A veces, pero hoy no
¿Y esa cura?, ¿Cómo te llamas?
Rufino Viscond, soy de Austria, mintió sin pensarlo
Más tarde desnudos y cansados Rufino pensó Esta vieja está bien pendeja, se creyó lo de que soy Austriaco. Lizbeth, por el contrario, solo había tenido ganas de coger y estaba esperando desamodorrarse un poco para agarrar camino para su casa.
Pasaron 3 semanas antes de que volviera a verla. Se la encontró por pura casualidad haciendo cola para pagar en la Walmart.

Rufino!, eit!,  ¿Cómo estás, plebe?
Liz, oye que gusto, no pensé que fuera a volver a verte, no me dejaste tu número
No te agüites, Tijuana es un pueblito y ya ves, aquí estamos los dos. ¿Y qué ondas qué vas a comprar?
Solo un par de cosas para la casa. ¿Te parece si nos vamos por un café?  Le soltó de improvisto
Huuuy cuanta formalidad, ni parece que ya me has visto bichi. Sí ándale vamos.

Rufino era un niño bien venido a menos, las deudas de juego de su hermano habían acabado con la fortuna de su padre y los había dejado prácticamente en la calle y así había tomado la decisión de abandonar su natal Puebla y tratar de cruzar la frontera. Él tan orgulloso de lo mexicano que en los buenos tiempos nunca había querido sacar su visa, ahora no estaba en condiciones de que se la otorgaran y se maldecía por su terquedad. Como su padre lo había obligado a aprender inglés pudo conseguir trabajo en un call center, y si bien la paga era poca, le servía para sufragar sus gastos básicos y hasta le sobraba un poco para darse sus pequeños gustos, como invitarle un café a Lizbeth.
Rufino no conocía mujeres así, entronas y malhabladas y después de un rato de estar platicando cayó en cuenta que Lizbeth ni le había creído que era de Austria ni era algo que la hubiera impresionado. A decir verdad se sentía un poco incómodo por la seguridad que ella irradiaba, pues no sabía  a ciencia cierta cómo comportarse. Ella, por el contrario, hablaba y se reía con gran alegría y desparpajo. Al fin ella le soltó la pregunta
Morro,  si te doy mi teléfono me vas a marcar?  
Sí claro, ¿cómo crees que no?
Bueno, entonces ahí te va, y me marcas el viernes porque vamos a salir a bailar.

Tres meses después ya vivían juntos y Rufino era más feliz que nunca, y aunque a veces se veían un poco apretados de dinero, lo tomaban a la ligera y no hacían mayor esfuerzo por ganar un dinero adicional al de sus respectivos sueldos. Así estaban bien, se decían sin el menor resabio.

Meses después Rufino cayó enfermo, primero duró hospitalizado un par de semanas y luego lo mandó el doctor a su casa a convalecer. Durante todo ese tiempo Liz estuvo a su lado, se iba temprano a trabajar a la Samsung y en cuanto salía se regresaba derechito a su casa. Dejó de salir con sus amigas y si estas querían verla, tenían que visitarla en su casa. Esto también había tomado de sorpresa a Rufino, no se había imaginado que Liz fuera una mujer tan abnegada, pero ahí estaba ella, todos los días al pie del cañón cuidándolo, siempre sonriente y sin dejar que la vida la apachurrara. Finalmente la enfermedad cedió y Rufino pudo regresar a hacer su vida normal. Pero ya no eran la misma pareja que antes, ahora su relación se había templado con fuego y dos semanas después Rufino se metió a una Coppel, hipotecó un cacho de alma y salió feliz con un anillo de compromiso. 

Consiguió quinientos pesos prestados con un amigo del call center  y salieron a cenar a playas. Un restaurante bonito, la comida muy buena y unas velitas que ayudaban a darle un ambiente romántico a la cita. Liz estaba particularmente feliz ese día, habían sido varios meses sin salir y para su carácter tan bullicioso era como si la hubieran tenido en una olla de presión y no podía dejar de hablar y reír. Al fin Rufino se dió cuenta que no lo iba a dejar decir el discurso que traía preparado y sin mayor preámbulo le soltó

Liz, cásate conmigo le dijo enseñándole el anillo. Ella abrió los ojos grandes como lunas, se quedó callada como nunca, tomó aire, lo contuvo unos segundos y respondió.

Sí, me caso contigo mil veces respondió seria pero sumamente conmovida. ¡Ponme el anillo, menso! exclamó de pronto, recuperando su carácter habitual.

Esa noche no hablaron de planes de la boda, hablaron de planes de vida. De tener un hijo, de envejecer juntos, de ir a Sonora a conocer a la familia de Lizbeth y no dejaban de decirse el uno al otro que se completaban. El camino de regreso a casa se les hizo eterno, para variar estaban arreglando la avenida internacional y el tráfico estaba denso como chapopote. Cuando por fin llegaron a su cuarto empezaron a acariciarse y a quitarse la ropa con urgencia
Rufino...
Si mi amor?
Creo que me voy a morir de felicidad musitó ella y empezó a llorar. Él la abrazó, le secó las lagrimas a besos y así se quedaron dormidos.


Al día siguiente Liz le habló a su mamá y sus hermanas a Obregón y no tardaron mucho en convencerla que tenía que ir a casarse allá.
Dejen lo platico con Rufino y les aviso, pero de todos modos ya quedamos que vamos a ir para allá a que lo conozcan.
Rufino a todo le dijo que sí, estaba tan enamorado que se hubiera ido caminando si Liz se lo hubiera pedido. Pero no, ella era una mujer muy práctica y lo que quería era una boda lo más sencilla y barata posible porque siempre había pensado que un matrimonio tenía que tener una casa propia y ya había empezado a ver opciones y a pensar en el enganche, los puntos del Infonavit y todo eso.

Tres meses después estaban comprando su boleto de autobús rumbo a Obregón
Oye, ¿seguro que no vas a invitar a nadie a la boda?
No, mi mundo eres tú. 

¿Y a tu hermano?
 Rufino cerró los ojos y empezó a recordar la vida junto a su hermano, los años de la infancia llenos de juegos y felicidad con sus padres, las travesuras y después en la secundaria las novias, el equipo de futbol, los paseos con los amigos y tantas cosas que hacían su mundo perfecto hasta que murieron sus padres. Rodolfo, su hermano, ya era mayor de edad y quedó a cargo de la fortuna que les heredaron,  y Rufino poco a poco lo vio caer en una espiral por su afición a las apuestas y en esa avalancha de problemas y malas decisiones lo arrastró hasta que terminó viviendo de arrimado en casa de un amigo y las únicas noticias que tenía de su hermano eran quejas de algún fraude que acababa de cometer o cuando lo iba a visitar al hospital después de las golpizas que de cuando en cuando recibía por no poder pagar sus deudas de juego. Con la mirada dolorida le respondió en voz baja casi susurrando.
No, a mi hermano menos que a nadie. No me despedí de él cuando me vine a Tijuana porque no quería que sus problemas me siguieran alcanzando. La persona que era en Puebla ya se murió. Mi vida empezó en Tijuana y de esa vida, él no forma parte.
 Ella lo abrazó y le dijo en tono festivo para quitarle la tristeza
No te agüites!, yo tengo un chingo de primos, te presto un puño, les ponemos camisetas del Puebla y decimos que son tus parientes.

Él sonrió y respondió Eso suena como un buen plan.

En Obregón todo salió bien. Los padres de Liz tal vez miraban a Rufino con más curiosidad que lo normal, pero por otro lado ver por primera vez a tu yerno para la boda de tu hija debe de ser un poco incómodo. Sin embargo Rufino se sintió bienvenido y arropado por su nueva familia. Hasta por los primos, que se reían de él por ser más chapito que Liz. Incluso tres de ellos fueron cómplices de su prima y llegaron a la iglesia con camisetas del Puebla atacados de la risa ya con unas cheves encima.

La misa de bodas fue hermosa, Liz se parecía un ángel en un vestido de bodas lo más sencillo que se puedan imaginar, solo una pizca de maquillaje, una cola de caballo y una sonrisa que iluminaba la iglesia. La fiesta fue en casa de su tía Rosa que tenía un patio grandísimo y con un jardín muy bonito. Unos amigos de la prepa ahora tenían un conjunto y les regalaron la música, y así entre tíos, primos y amigos les hicieron una boda inolvidable, y sus ahorros se los gastaron en la luna de miel en San Carlos. De regreso en Tijuana, llenaron de fotos de la boda el cuartito que usaban como estudio, acomodaron los regalos que se trajeron de la boda y se prepararon para ser felices toda la vida.

Un buen día de abril, cuando ya llevaban un par de años de casados Liz cayó en cuenta de que ya se le había retrasado su periodo menstrual y su corazón empezó a latir bien fuerte. Le tomó un par de días más agarrar valor para comprar una prueba de embarazo. La cual marcó positivo. Con las manos temblorosas caminó hasta su cama, tomó el teléfono y con mucho trabajo le marcó a su mamá.

¡Amá, estoy embarazada! le soltó sin mayor preámbulo
¡Cállate! estás loca
No, no estoy loca, ¡estoy panzona! 
Ay mijita que emoción, ¡voy a ser abuela! 

Una hora después, ya habiendo hablado con sus primas, sus amigas de Obregón, su comadre Silvia, dos compañeras de la Samsung y su padrino Agustín, Liz cayó en cuenta que tal vez hubiera sido prudente haberle dicho primero a Rufino. Ahora ya, se dijo, ni modo que le vaya a durar mucho el coraje.  Y prendió la tele tratando de que el tiempo se le fuera más rápido.


Rufino llegó un par de horas después, venía muy contento porque olían muy rico los tamales que acaba de comprar en el Calimax y planeaba pegarse una atascada. Sin sospechar lo que le esperaba abrió la puerta solo para recibir un baldazo de felicidad. Y después, eso sí, procedió a comerse los tamales.

Los minutos transcurrían espesos como aceite, el Dr. le pidió que abandonara la sala de parto de manera urgente y desde fuera veía gran actividad, preocupación en los rostros pero todo esto parecía tan irreal. Se sentía aturdido y apenas si escuchaba las voces a lo lejos.

Cuando el doctor salió y le confirmó sus temores el tiempo dejó de tener sentido. ¿muertos?, ¿que significaba muertos?, que alguien por favor ajuste la pantalla porque todo se ve borroso y no entiendo lo que dicen.

Cuando por fin recuperó la conciencia estaba en su casa solo. No sabía cuanto tiempo había pasado ni qué había hecho. Se asustó un poco cuando vio la escopeta en sus manos pero decidió no soltarla, de alguna manera actuaba como un sedante para ese dolor tan intenso que sentía en todo el cuerpo. Abrió la puerta, estaba amaneciendo, y para su sorpresa todo estaba tranquilo, un par de perros por la calle y una calafia desvencijada que iba a una velocidad mayor a la debida y eso era todo. Pensó por un momento que se iba a encontrar rodeado de policías como en las películas de Hollywood, sin embargo estaba solo.

Habían pasado días sin que nadie supiera de él, y sus amigos del call center le hablaron a la policía. Lo encon
traron muerto tirado en la sala de su casa, abrazado a la escopeta sin disparar.
Parece suicidio dijo un paramédico. Habrá que hacerle la autopsia.
No batallen dijo un policía del barrio que lo conocía. No van a encontrar nada, este se murió de amor.