Todo era nada.
Y mientras tanto, creíamos que nada pasaba.
Creíamos que nada era grave.
Que nada nos afectaba, que nada nos tocaba.
Porque aunque todo pasaba, lo veíamos a través de pantallas.
Pantallas que convertían el suceso más dramático en simple entretenimiento nocturno.
Pantallas en las que los encargados de informar hablaban con tono de cirqueros.
Pantallas que convertían todo en nada.
Y mientras nada pasaba, fuimos perdiendo la capacidad de asombro.
Fuimos viendo el asesinato, la corrupción y la tortura como algo cotidiano.
El sexo, como un acto casual sin sustancia.
El amor, como una comedia ligera.
Mientras nada pasaba, nuestros gustos, deseos y ambiciones eran dictados a través de esa pantalla.
Y fuimos consumidores.
Nada pasaba mientras la pantalla nos decía que para ser felices, debíamos buscar que todos nos aceptaran.
Y fuimos inseguros, anoréxicos y metrosexuales.
Era la época en la que la pantalla nos mostraba un todo que no significaba nada.
Y la nada, era muy cómoda.
No había que preocuparse por leer, la pantalla lo hacía por nosotros.
No había que pensar en temas de plática, bastaba con encender la pantalla.
No había que esforzarse en educar a nuestros hijos, la pantalla lo hacía a la perfección.
Y fuimos autómatas.
Mientras nada pasaba, nos fuimos llenando de pantallas.
Pantallas en casa, pantallas en la oficina, pantallas en nuestros bolsillos.
Y las pantallas que veíamos nos cegaban ante lo que realmente pasaba.
Y por un tiempo, estar ciegos fue bueno.
Confortable.
Pero poco a poco, ese confort se fue conviertiendo en incomodidad.
Una incomodidad inexplicable.
Una incomodidad inquietante, sofocante, aplastante.
Una incomodidad que nos llevó a buscar respuestas.
A cuestionar lo que nos rodeaba.
Y en efecto, buscamos respuestas.
Pero las buscamos en las pantallas.
Así, el círculo se cerró y dejamos de avanzar.
Nos estacionamos sin saberlo, y tal vez, sin quererlo en la confortable sensación de que nada pasaba.
Y mientras nada pasaba, la estulticia se volvió nuestra compañera.
Y mientras nada pasaba, nuestra civilización se acababa.
Mientras nada pasaba, economías enteras se colapsaban.
Guerras se declaraban.
Los cuerpos se apilaban.
Las cabezas literalmente volaban.
Pero, como era cosa de todos los días, a nuestros ojos, nada pasaba.
Hasta que llegó el momento en que todo dejó de pasar en la pantalla.
Empezó a pasar cada vez más cerca.
Tan cerca, que nos empezó a tocar.
Tan cerca, que no tuvimos escapatoria.
Tan cerca, que ni siquiera las pantallas nos tranquilizaron.
Pero aún así, decíamos que nada pasaba.
Lo decíamos en un futil intento por tranquilizarnos.
Lo decíamos con la esperanza de que todo fuera un sueño.
Y mientras lo decíamos, los ejércitos sitiaron las ciudades.
Mientras lo decíamos, el sonido de las sirenas aumentaba.
Lo decíamos mientras el sonido de las balas se volvía más y más común.
Mientras ver cadaveres a nuestro alrededor era cotidiano y hasta trivial.
Decíamos que nada pasaba mientras la vida se nos pasaba.
RBoxer
Publicado en la Revista En Tanke Tsm de Tijuana, 2010 con ilustración de Luis Vicente Díaz
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