lunes, 24 de septiembre de 2018

Polo

Sin lugar a dudas Polo es una leyenda; formó incontables generaciones de ingenieros en el Cetys con candor y entusiasmo ejemplar. Su reciente fallecimiento me tomó por sorpresa, nunca fuimos cercanos, pero siempre le tuve admiración y respeto, y lamento no haber estado más al pendiente de su estado de salud.

A Polo lo conocí en una de las primeras reuniones de la comunidad .NET de Tijuana, habló sobre cómo conectar aplicaciones en Flash con web services. El ejemplo que eligió no era muy bueno para convencer a nadie de darle una oportunidad a la tecnología. El componente de Flash hacía una llamada a un web service para que hiciera algún tipo de cálculo y el resultado se desplegaba en el componente. Recuerdo mucho escepticismo en la sala, les digo, el ejemplo no era bueno, aunque el concepto sí.

No lo volví a ver hasta que fui a pedir trabajo como maestro en Cetys. Primero me entrevistó el doctor Salas y después me mandó con Polo para la entrevista técnica. Polo me recibió en su oficina con su tradicional sonrisa. No hubo tal entrevista, nos pusimos a platicar acerca del futuro de la nube y al final solo me dijo Bienvenido maestro, le mando su horario por correo. 

Leopoldo Uribe
Polo ya estaba grande pero no perdía el gusto por aprender, la nuestra es una profesión en la que no puedes estarte quieto un par de años porque el futuro te alcanza y Polo no estaba dispuesto a quedarse atrás. Digo, estamos hablando de una persona que tomó clases con el mismísimo Dijkstra y se sacó A, no pensarán que se iba a rendir ante python o una tarugada así.

Durante el tiempo que di clases en Cetys convivimos con cierta frecuencia, invariablemente hablábamos de tecnología y me preguntaba por el desempeño de mis alumnos y sonreía orgulloso como tío cuando le daba buenas noticias.


La última vez que lo vi fue después de su jubilación como maestro, me lo encontré en Arkus junto con el Ángel, quien animado me dijo que tal vez el maestro se uniría a la empresa como mentor; no sucedió así, no sé por qué, tal vez ya tenía ganas de descansar y dejar de batallar con chamacos latosos. Era buena idea, estoy seguro que hubiéramos disfrutado de su presencia.

En su misa de despedida me encontré a varios amigos. antiguos alumnos dolidos por la pérdida. Estoy seguro que Polo desde el cielo estaría sonriendo, satisfecho por haber contribuido a educar a tanta gente de bien; ingenieros que ahora llevan por todo el mundo la semilla que él plantó y seguirá dando frutos por muchos años.

Polo fue una persona buena, generosa e importante, que no les quepa duda alguna.

domingo, 16 de septiembre de 2018

El canal, la pocita y la isla

Cuando era niño, todos aprendíamos a nadar en el Canal, y era casi tan natural como aprender a caminar, simplemente tenías que hacerlo, no había opción. A mí me agarró mi apá y me aventó al centro del canal. Cuando salí a como dios me dio a entender, me volvió a agarrar y ahí voy volando de nuevo al agua. Y así fue mi curso intensivo de natación.

El Canal
El canal se llenaba de chamacos en los días calurosos de verano, había un trampolín improvisado y los más valientes eran los que se aventaban clavados desde ahí. Otro de los grandes retos era atravesar de lado a lado la parte más ancha, pegada a la calle, a lo lejos me parece recordar que le decíamos el comal. Confieso que hasta donde me alcanza la memoria, nunca me atreví.

La Pocita
Ya cuando íbamos en la secundaria cambiamos el canal por la Pocita, ahí llegábamos en bicicleta y a
veces, muy de vez en cuando, conseguíamos un carro prestado para ir a nadar. En la pocita era más común ver familias completas disfrutando del agua fresca, con los niños correteando en las zonas más bajitas sin mayor peligro, excepto que una jaiba les agarrara un dedo.

La Isla
Ya en la prepa te graduabas a ir a nadar a la Isla. Ahí el reto era aventarte clavados de los gaviones o de la estructura metálica que unía los dos gaviones centrales. No era sencillo tirarte por primera vez, el agua se miraba oscura y fría, anunciando un fondo lejano. Pero de nuevo, si ya habías llegado hasta ahí, era algo que tenías que hacer; agarrabas aire y valor de donde se pudiera y te aventabas a como Dios te diera a entender.

Una vez pasado el susto inicial, salías del agua jubiloso por el choque de adrenalina y repetías el proceso tres o cuatro veces más, hasta que iba desapareciendo la emoción, señal de que era momento de descansar, y algunas veces, de tomarte una cerveza.