Durante estos días no se hablaba de otra cosa en nuestras casas que de lo difícil que se iba a poner la situación. Nosotros no éramos particularmente activos políticamente e incluso la sociedad de alumnos no era otra cosa que unos voceros al servicio de la dirección, tal y como lo requieren las buenas conciencias.
En medio de todo este ambiente llegaron los preparativos del desfile del 20 de noviembre, no solo con los ensayos sino también con los requerimientos de siempre: Tenis nuevos, pantalón y sudadera blancos y las pendejaditas adicionales para hacer el show.
No sé de quién fue la idea pero empezamos a discutir de lo innecesario de todos estos gastos y que el desfile muy bien se podía llevar a cabo con nuestro uniforme de la secundaria y así nuestros padres no tendrían que hacer esos gastos.
Poco a poco la idea fue tomando forma y decimos recabar firmas y presentar la propuesta en la dirección. Recuerdo que nos la pinteamos Guillermo y Loreto Talamantes, Homero Navarro y Yo y nos fuimos al parque y con una maquinita de escribir hicimos nuestra propuesta.
Los siguientes días fueron de mucha actividad convenciendo a los compañeros de que firmaran. No recuerdo cuantas firmas recabamos pero sí que la gran mayoría de a los que le pedimos firmaron.
Entregamos nuestra propuesta junto con todas las firmas creyendo sinceramente que era algo lógico y que no tendría mayor problema en que lo aceptaran. ¡Oh bendita inocencia!
Al día siguiente nos citaron en la dirección y nos reclamaron que por qué nos estábamos metiendo en cosas de política y que se notaba claramente que el escrito lo había hecho algún adulto que nos estaba manipulando. No sé si realmente estaba muy bien escrito o simplemente es el cliché con el que se pretende descalificar a cualquier movimiento estudiantil y que me ha tocado ver tantas veces repetido a lo largo de mi vida.
La discusión subió de tono y empezaron las amenazas. De nuestro lado que no íbamos a desfilar y del de ellos que si no desfilábamos nos bajarían calificación en matemáticas. Sin más que discutir salimos más bien confundidos. No entendíamos como la vanidad del desfile les impedía escuchar razones.
Años después entendí que la cuestión no era que les importara un carajo el dichoso desfile, sino que se sentían ultrajados por habernos atrevido a cuestionar su autoridad. Esto explica muchas cosas que estamos viviendo estos días.
De los maestros no recibimos mayor muestra de apoyo, solo la del Sergio Buelna, maestro de mecánica, que nos reclamó que no le hubiéramos consultado cómo hacer las cosas.
Ahora tienen que aguantarse como los hombres y no desfilar fue lo último que nos dijo.
No hicimos mayor trabajo de convencimiento con los compañeros para que no desfilaran, pero eso sí, nosotros cuatro no lo hicimos. Y tal y como nos lo habían advertido llegó David el prefecto al salón con un tono amenazador a preguntar quién no había desfilado y el porqué. El Guillermo y el Loreto muy valientes y retadores simplemente respondieron Porque no. El Homero no me acuerdo y a mí se me abrió un poquito la cajuela y dije que había estado enfermo.
Nos aplicaron el dichoso descuento en matemáticas pero no nos importó gran cosa. Ambas partes ahora sabíamos de qué estábamos hechos
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