Fue una llamada extraña, el Güero y yo no éramos amigos cercanos así que su invitación a esa fiesta me tomó de sorpresa. A decir verdad tampoco éramos extraños y acepté con gusto. Ver gente y bailar un rato me iba a caer bien. Pasaron por mí en un carro lleno. Me tocó hacerme bola en el asiento trasero, era un auto pequeño y atrás tenía espacio para tres personas, pero nosotros éramos cinco. Yo fui el último en subirme y me tocó junto a la puerta, todo apretado. No conocía a nadie del grupo, pero entre ellos parecía haber bastante familiaridad. El Güero me presentó con sus amigos y resultó que la chica que estaba a mi lado era Valentina, su novia. Se notaba que cuando llegaron por mí ya se habían tomado unas cervezas, la música sonaba fuerte y bromeaban entre si.
Me alcanzaron un bote pero tenía los brazos hechos nudo y no podía abrirlo. Valentina rio, me hizo el favor de destaparlo, se acercó a mi oído y me dijo abrázame para que estés más cómodo.Con mucho trabajo pasé el brazo por su espalda, ella tomó mi mano y la bajó hacia su cintura; ya no la soltó.Le di el primer trago.
La fiesta era en un salón a la orilla de la ciudad, por allá por donde las calles ya no tienen pavimento. El plan era dejar el carro en un estacionamiento a tres cuadras del salón y llegar caminando, no es que el carro del Güero llamara mucho la atención, pero no se le fuera a ocurrir a algún ratero estropearnos la noche. No pude abrir la puerta, es que tiene maña dijo Valentina y se inclinó sobre mí para abrirla. Ves?, Tiene maña te digo, y se acercó de nuevo a explicarme al oído porque la música todavía sonaba fuerte. Lo único que tienes que hacer es dejarte llevar y dicho esto me dio una pequeña mordida en la oreja mientras me pasaba por encima para bajarse. Rumbo al salón toda la clica iba enfrente y yo los seguía un par de metros atrás con el corazón acelerado por lo que acababa de suceder.
Valentina parecía no haberle dado la mayor importancia, reía divertida festejando las bromas de sus amigos y le daba otro trago a su cerveza. Yo trataba de disimular que la examinaba con detalle pero para mi mala suerte me descubrió un par de veces mientras lo hacía. Y es que era imposible no hacerlo. Se miraba tan hermosa a pesar de ser bajita, tal vez mida 1.60, traía un vestido entallado sin mangas que le permitía lucir su cuerpo. Es atlética, tiene los brazos torneados y sus hombros forman un hermoso marco para su bella cara. Tiene rasgos ligeramente orientales, unos labios que gritan bésame y una sonrisa que ilumina por donde camina. No es delgada en extremo pero no parece tener un gramo de más. Su cintura sirve de preámbulo a su trasero, firme, generoso, glorioso, que descansa en un par de piernas que causarían la envidia de Afrodita. La deseaba, eso era claro, y debo de reconocer con vergüenza que no me importaba traicionar a mi amigo; ni somos tan compas, además no le pone mucha atención y es mucha vieja para él, me dije para justificar mis intenciones.
Todavía envuelto en su encanto, di un par de pasos rápidos para alcanzarlos, quería tenerla cerca y volver a respirar su perfume mezclado con el aroma de su cuerpo. No tuve suerte. El Güero en ese momento la abrazó y la movió hacia el lado contrario de donde yo caminaba. Sentí la primera punzada de celos.
Finalmente llegamos al salón, encontramos una mesa e inmediatamente Valentina se llevó al Güero a bailar. Segunda punzada de celos. Fui por otra cerveza y recorrí el salón con la mirada buscando a alguien conocido o alguna chica guapa que me acompañara en la pista de baile. Fallé en el primer intento de encontrar una chica, pero al menos me encontré a unos compañeros de la oficina y me quedé a platicar. Tres cervezas después, me animé a sacar a bailar a una muchacha, todo iba bien hasta que la vi bailando muy abrazada de su novio (en este momento ya no lo consideraba mi amigo). Tercera punzada de celos. Qué estoy haciendo aquí en esta situación, mejor me voy a la chingada que esto no es manda. Terminó la tanda, dejé a la muchacha en su mesa y me despedí.
Salí del salón con un nudo de celos en el estómago, no había tomado las suficientes cervezas para estar borracho, sin embargo no era completamente dueño de mí. Era una noche templada, agradable para caminar, tomé rumbo hacia el carro sin haber planeado si iba a esperar al Güero para regresarme con ellos o simplemente tomaría un taxi y me olvidaría del asunto. Me sorprendió ver a un par de los muchachos de la bola, que se me habían adelantado, no hice el menor intento de alcanzarlos, ¿para qué?, ya los alcanzaría en el carro. Tratando de distraerme pateé un bote de cerveza como si tratara de meter gol entre dos árboles, el bote salió volando, pegó en la orilla de uno y rebotó hacia adentro de la portería imaginaria Goool grité en mi mente y levanté los brazos en señal de triunfo imaginando que un estadio entero me aclamaba. ¿Qué estás haciendo, loquito? Entre asustado, avergonzado, y esperanzado volteé para toparme a Valentina que se acercaba sonriente. Venía sola, no le pregunté por el Güero porque no me interesaba, lo importante es que estaba aquí conmigo. Nada, iba rumbo al carro, me aburrí en la fiesta y no sabía qué hacer. Te acompaño, respondió y empezó a caminar a mi lado. Pasamos por una calle y vimos a escasos treinta metros una barda que medio ocultaba un terreno baldío. Nos lanzamos una fugaz mirada de complicidad pero seguimos caminando hacia donde habíamos dejado estacionado el auto. Cuando llegamos, sus amigos ya habían abierto la cajuela y tomaban unas cervezas de una hielera que traían ahí de respaldo. Valentina me dijo en voz alta para que sus amigos la escucharan ¿Vamos a buscar al Güero? y antes de que alguien dijera algo me tomó del brazo y empezamos a caminar de vuelta al salón. Caminamos juntos sin decirnos gran cosa, nuestra respiración se empezaba a agitar y los dos lo notábamos. Cuando llegamos a la calle del baldío, sin decir nada dimos vuelta a la izquierda, nos olvidamos del salón, del Güero y de todo y solo queríamos un poco de privacidad. Para nuestra mala suerte, el baldío no era tal, estaba ocupado por unos tipos que estaban echándole mecánica a un carro. Enfrente había un cuarto que parecía nos protegería de miradas indiscretas. Aceleramos el paso y en cuanto nos sentimos ocultos nos empezamos a besar con desesperación. Mis besos se mudaron a su cuello con intención de llegar a sus tetas lo antes posible. Me tomó la cabeza y la empujó hacia abajo. Me arrodillé, el suelo estaba lodoso pero no me importó en lo más mínimo, le metí las manos por debajo del vestido, le bajé los calzones hasta las rodillas y metí mi cabeza por dentro de su vestido. El sonido de camión del repartidor de gas me despertó en ese momento.
Me tomó varios segundos entender qué estaba sucediendo, todavía podía sentir su aroma envolverme, pero la realidad es cabrona y no estaba hincado en una calle lodosa de las afueras con la nariz metida en el paraíso, sino acostado en mi cama con el camión del gas despertando a todos los vecinos en una apacible mañana de sábado. Me masturbé imaginando lo que hubiera pasado si el sueño hubiera continuado, pero en el mundo real no existe Valentina y el Güero tiene años casado con Rosa María, tienen un par de hijas y hace más de diez años que no lo veo. Me metí a bañar y al salir tenía un mensaje de mi novia esperándome. Preparé un café antes de contestarle, me sentía un poco sucio, como si la hubiera engañado, pero soñar con una persona imaginaria no es infidelidad, ¿o sí?
El día transcurrió con tranquilidad, era un sábado de verano, nublado y lluvioso, mi novia se encontraba fuera de la ciudad en un curso y tardaría todavía cinco o seis semanas en regresar, era completamente dueño de mi tiempo. Por la tarde fui a caminar al cerro y allá me agarró la lluvia, regresé a casa empapado y cansado pero contento. Me bañé de nuevo, preparé una taza de té y me dispuse a ver una película, pasada una media hora los personajes se me empezaron a mezclar, la caminata había mermado mis energías y estaba que me caía de sueño a pesar de ser temprano. Sin molestarme en quitarme la ropa me tiré sobre la cama y dejé que el sueño me llevara a donde quisiera.
Estaba parado en medio de una calle desconocida, buscando a alguien, no estoy muy seguro de a quien, pero sabía que necesitaba verlo. Los carros me pasaban por un lado como si no existiera, no disminuían la velocidad ni siquiera me gritaban algo, simplemente me ignoraban. De pronto alguien me alcanzó por la espalda. ¿Qué estás haciendo aquí, loquito?, ven, te va a machucar un carro. Me tomó de la mano y de pronto ya estábamos caminando por la acera. Era Valentina, me llevaba de la mano y caminaba apresuradamente. Después de un par de cuadras dimos vuelta en un callejón y empezamos a subir por unas escaleras de metal pintadas de colores chillantes. Los escalones se desprendían de la escalera después de que los hubiéramos pisado. Valentina no me decía nada, solo apuraba el paso y me jalaba cada vez más fuerte. La escalera terminaba en una puerta de madera con unas letras pintadas con brea en un idioma que no alcancé a descifrar, entramos y la escalera terminó de derrumbarse. Así nadie nos va a molestar dijo mientras me llevaba hacia el sillón de lo que parecía ser la sala de un pequeño estudio. Se sentó frente a mí y me bajó los pantalones, se echó de espaldas, llevaba puesto el mismo vestido de la vez pasada solo que esta vez no traía calzones, entré en ella y me abrazó con sus piernas. Una vez que hubo pasado la tempestad, todavía abrazados, musitó, anoche me dejaste con las ganas. Pensé que no volvería a verte respondí. Shh, todo va a estar bien, todo va a estar bien.
Empecé a verla casi a diario en mis sueños, una noche después de hacer el amor me dijo con su tono de travesura te voy a dejar un recuerdo para que pienses en mí mañana y acto seguido me mordió fuertemente cerca del cuello, me desperté del dolor y me llamó la atención que me siguiera doliendo a pesar de estar despierto. Pura sugestión, me dije, y me preparé un té en lo que se me pasaba y me volvía a dormir. Valentina ya no apareció esa noche, lo que sí vi con gran sorpresa la mañana siguiente fue la marca de sus dientes en mi cuello; confundido, me puse una camisa de cuello de tortuga para irme a la oficina a trabajar. Ya en la oficina fui tres o cuatro veces al baño para checar que el chupete seguía ahí y no me lo había imaginado. Tres días me duró la marca.
Esa noche era especial, se cumplía un mes de que estábamos juntos y Valentina quería celebrarlo en grande, me llevó a un restaurante a la orilla de una playa. Llevaba un vestido rojo escotado y sus pechos esa noche se miraban más grandes que de costumbre, Es tu regalo, me dijo cuando se lo hice notar. El vestido resaltaba su cuerpo y brillaba un poco con el reflejo de la luna, olas luminosas recorrían sus caderas y les juro que nunca había visto una mujer tan hermosa y tan feliz. Su risa me iluminaba más que la luna misma. En eso sonó el teléfono y me despertó; era mi novia, estaba en la fiesta de clausura de su curso, estaba un poco tomada y se puso sentimental, me dijo que me extrañaba y que quería verme, al día siguiente tomaría el avión de vuelta a casa. Traté de hacer la conversación lo más corta que pude para regresar con Valentina, pero ya no hubo manera de volver a verla.
Pasaron los días y Valentina no aparecía en mis sueños, ni ella ni nada relacionado. Finalmente, una semana después me encontré afuera del edificio de su departamento, pero las escalaras no estaban ahí, tan solo la puerta de entrada allá arriba, inaccesible. Una manada de coyotes cruzó la calle, riéndose y disolviéndose en el aire al tocar la acera del otro lado de la calle. Eso debía de significar algo, pero ni idea de qué. Pasaron dos semanas más sin que volviera a saber de ella y ya estaba muy desesperado, las horas del día se me hacían largas y en las mañanas despertaba frustrado de no haberla visto. Mi novia se empezó a hartar de mi comportamiento y pedía explicaciones que yo no estaba seguro de poder o querer darle. Cada día aumentaba su presión hasta que finalmente exploté y terminé mi relación con ella. Esa noche me fui a dormir triste, había sido más de un año de noviazgo y realmente no nos llevábamos mal hasta que empezó a presionarme.
El cuarto de Valentina estaba igual a la última vez que estuve ahí, la única diferencia era una foto de nosotros juntos enmarcada, sobre la mesa del café en la sala. Valentina no estaba por ningún lado, pero al menos ya estaba de vuelta en su intimidad. Me dieron ganas de llorar de felicidad pero me contuve. Caminé por todo el departamento reconociéndolo, a un lado del refrigerador había un hoyo en el piso que no estaba antes, parecía un río subterráneo, la brisa me golpeó agradablemente la cara y sin pensarlo me lancé de cabeza. Aparecí en una playa de arena blanca que parecía no tener fin, me metí al mar hasta que el agua me llegó a la rodilla, en eso escuché su voz Así que aquí estás, ¿por qué no me esperaste en el depa?, solo salí a comprar leche. Me abalancé hacia ella, cerré los ojos y la abracé muy fuerte, había tenido tanto miedo de no volverla a ver. Cuando los volví a abrir ya estábamos de vuelta en su departamento.
¿Por qué tardaste tanto en venir?
¿Que dices?, si eres tú la que no se ha aparecido en un mes, llevo todos estos días buscándote como loco.
Tú sabes por qué no me habías visto, no te hagas el desentendido.
¿Estabas celosa?
Yo a mi hombre no lo comparto con nadie.
Lo siguiente que sentí fue el pinchazo de una aguja en mi espalda, estábamos en un estudio de tatuaje donde me decoraron la espalda con su cara y un texto que se lee 'Propiedad de Valentina A.'. Cuando me desperté en la mañana lo primero que hice fue revisar mi espalda, el tatuaje estaba ahí. Esta vez, sonreí orgulloso.
Pasó el tiempo y cumplimos un año desde la primera vez que nos vimos, me llevó de nuevo al restaurante en la playa y llevaba el mismo vestido rojo. Me vas a reponer la que me debes, dijo riéndose mientras se servía una copa de vino. Más tarde, mientras hacíamos el amor, a un lado de la cama aparecieron túneles como el que me había llevado a la playa. No hagas caso, concéntrate en mí, me susurró al oído. Más tarde, sudorosos y felices, nos jurábamos amor eterno
Quédate aquí conmigo para siempre
¿Cómo puedo hacer eso?
Tú sabes cómo
No creo que se pueda
Lo que pasa es que no me quieres
Claro que te quiero, te amo
¿Entonces?, ¿no valgo la pena correr el riesgo?, tengo miedo de que un día te vayas por un túnel y no sepa dónde encontrarte
Y aquí estoy amigos míos, preparándome para dormir para siempre. No sé si voy a estar con ella o no, pero no tengo miedo, hay veces en la vida de un hombre en las que tiene que jugársela toda. Les dejo mi historia para que no lloren por mí, tal vez estoy muy feliz con el amor de mi vida. O tal vez no.