martes, 6 de diciembre de 2022

El Toronto

Contraesquina de la plaza, ajena a este mundo moderno, vi una oficina de telégrafos. Me causó un poco de gracia, ¿quién en su sano juicio en estos días enviaría un telegrama? Una lona deslucida anunciaba otros servicios con los que pretendían escabullirse de su inminente muerte. ¿pago de servicios? eran los últimos estertores de un dinosaurio que se rehusaba a morir. Alguien debería de enderezar esa viga de soporte antes de que se les venga el techo encima, pensé. Aunque luego caí en cuenta que tal vez eso es lo que están esperando para finalmente cerrar sus puertas, un gran final, como si fuera una ópera.

Me quedé un buen rato viendo el edificio antes de decidirme a entrar. Sobre el techo descarapelado de lámina se encontraba el letrero que anunciaba Telecomm Telégrafos; Montado en una estructura que le quedaba grande en extremo, y de colores azul y verde, parece una calcamonía pegada al aventón en una foto antigua. Finalmente me decidí a entrar, sería un bonita curiosidad enviarle un telegrama a mi madre, a ella le gusta el pasado, seguro le causará gracia. Abrí mi perfil de Amazon, tomé sus datos del listado de direcciones de envío y abrí la puerta hacia el pasado.

Detrás de un mostrador con una cubierta de vidrio amarillento se encontraba un hombre enjuto de unos 60 años, ahorita lo atiendo me dijo mientras terminaba de anotar algo en un cuaderno. Procedí a examinar con cuidado la oficina. Sobre el mismo mostrador se encontraba una alcancía de plástico de un color amarillo chillante que desentonaba con el resto del local. El piso era de madera vieja y crujía un poco cuando lo pisabas, descarapelado pero limpio. Cosa curiosa, las ventanas parecían opacas y no alcanzaba a ver hacia afuera. ¿en qué puedo ayudarle? preguntó mientras se levantaba con algo de esfuerzo de su silla.

- Quisiera enviar un telegrama

- ¿un telegrama? mmmh, entiendo, bueno, lléneme esta forma con los datos 

Procedí a escribirle un mensaje genérico de saludos a mi madre y con mucho cuidado anotar su dirección para que no batallara el mensajero en dar con la casa. Listo, respondí mientras entregaba la forma, el telegrafista le dio un vistazo y declaró,   

- son ciento veinte pesos.  

- un poco caro, ¿no cree? 

- es el costo del servicio especial, créame que el servicio lo vale

Me dio ternura la convicción con la que el caballero defendía su anacrónico servicio y le pagué en efectivo sin poner mayor objeción. Me dio mi recibo y me sonrió cálidamente, que disfrute su viaje. Gracias atiné a decir confundido por lo extraño de la frase. Apuré el paso y salí de la oficina.

Primero fue una sensación que no alcanzaba a ubicar, siempre he sido muy distraído y me tomó unos segundos darme cuenta que la gente era diferente, su ropa se veía de otro tiempo. Mis sentidos se agudizaron y empecé a tomar conciencia de todo: las calles estaban sin pavimentar, no había carros circulando, tan solo una carreta tirada por caballos que ofrecía pescado. El edificio del municipio tampoco estaba y tampoco  había cables de electricidad o teléfono, y así muchos detalles fuera de lugar. Casi entro en pánico. Quise volver a entrar a la oficina de telégrafo pero la puerta estaba cerrada con llave. Un tipo que pasaba se acomidió a informarme

- Hoy no abrieron, el telegrafista está malo y se quedó en su casa. 

- ¡Pero yo acabo de salir de aquí! 

- Se debe haber equivocado, amigo, el encargado es mi vecino y desde anoche se puso mal

- Gracias, respondí mientras trataba infructuosamente de encontrar alguna respuesta en mi teléfono cuya pantalla estaba completamente negra.

Crucé la calle con rumbo a la plaza. Me senté en una banca para tratar de tranquilizarme, mi teléfono se rehusaba a encenderse y no tenía idea de en qué año estaba. Había más gente que en mi presente y la calle estaba mucho más viva. El pueblito se sentía vibrante y los gritos y bromas llenaban el ambiente. Me recordaba a los días de mi infancia en que lo visitaba con mi abuelo, pero estaba seguro de haber aterrizado en un pasado más lejano. A pesar de que la gente me miraba de reojo con curiosidad, nadie se acercó a preguntarme nada, mi ropa les debe de haber parecido extraña y más de uno me vio presionar frenéticamente el botón de encendido de mi celular. Cerré los ojos y me dije Tal vez esto es solo un sueño y si espero un poco despertaré en mi cama. Hice un recuento de los últimos días y mis recuerdos estaban todos ahí en perfecto orden. Y aún más atrás, desde el principio del año, mi primer trabajo, mis años escolares, todo estaba ahí, definitivamente no era un sueño. Abrí los ojos y seguía en la plaza en un año indeterminado. Del otro lado de la calle me pareció ver un rostro vagamente familiar, una muchacha joven y guapa que se parecía a mi tía Elisa. Me levanté inmediatamente y procedí a seguirla desde lejos. Le calculé unos 23 o 25 años, si en efecto era mi tía entonces me encontraba a mediados de los 40s. A pesar de su juventud los rasgos de mi tía Elisa eran inconfundibles, así que no me sorprendió verla entrar a la casa de la esquina de Calle 6 y Sarabia. Pasé por enfrente de la casa y la vi platicar con una señora mayor que supongo sería mi nana Matilde. Pensé en quedarme un rato a ver si llegaba mi tata Hilario o mi abuelo, pero tuve miedo que me traicionaran los nervios y seguí caminando para tranquilizarme. 

Entré al mercado municipal a tomarme un café y fue cuando la realidad me golpeó en la frente, no tenía dinero. En mi cartera traía escasos 200 pesos en billetes del futuro.¿Y ahora qué hago? No tenía ni un peso, ni donde dormir, ni una identificación, ni a quien pedirle ayuda. Casi tuve un ataque de pánico pero de nuevo pude controlarme. Seguí caminando y llegué a calle 8 banquetas altas, me senté de nuevo a tratar de trazar un plan. Los problemas que tenía que resolver no eran pocos y hacerlo iba a requerir de inteligencia, trabajo y suerte. Me pasó mi abuela por un lado, Buenas tardes  me dijo y se metió a su casa. Me dio mucho sentimiento, mi abuela jovencita me acababa de pasar por un lado y no me reconoció. ¿Pero cómo habría de hacerlo? si tal vez todavía ni se casaba con mi abuelo. Empecé a llorar despacito haciendo lo posible por no perder el control pero la situación me sobrepasaba. Por si fuera poco nada de lo que sé hacer me servía en este pasado lejano para ganarme la vida. Mi esperanza de no morirme de hambre era que cuando el telégrafo volviera abrir pudiera regresar de nuevo a mi tiempo y mi vida.

Vagué un rato por el pueblo tratando de reconocer lugares y gente. ¿Ese niño que va por calle 6 será mi tío Cachora? ¿Esa señora será mi nana Rosa? Pero la distancia en el tiempo era mucha. Empezaba a tener hambre y todavía no tenía idea de cómo iba a resolver mi supervivencia. Hay días en que la suerte es generosa y esta vez lo fue conmigo. Entré a una tienda en calle 5 llamada La Ciudad de Álamos, supuse que tal vez podría ayudarles en algo a cambio de un poco de comida. Un par de gringos estaban pasando las de Caín para darse a entender con el encargado y me acerqué a ayudar. Les traduje todo lo que necesitaban y ellos y el tendero quedaron muy agradecidos. Los gringos me dieron un dólar de propina, en circunstancias normales no hubiera aceptado un penny por ayudarles, pero en ese momento ese dólar me salvaba la vida, o al menos me daría de comer por ese día. La fortuna no estaba dispuesta a abandonarme todavía y se me acercó un hombre que estaba también de cliente en la tienda preguntándome dónde había aprendido inglés, con la mente trabajando a mil por hora me inventé una historia en la que venía de Canadá afectado después de haber estado en la guerra, que llegué a Sonora buscando a un pariente pero que ya había fallecido y decidí venir a Santa Rosalía a buscar trabajo pero en el camino había perdido mi identificación y mi dinero. El tipo de debe de haber visto la angustia en el rostro y me dijo con una sonrisa compasiva No se preocupe amigo, deje hablo con Conchita mi esposa y seguro encontramos donde pueda vivir al menos temporalmente, y estoy seguro que el doctor Sánchez y algunos amigos más estarán encantados de recibir clases de inglés, yo soy maestro y seguro me van a servir. No le podremos pagar mucho, pero aquí la gente buena no se muere de hambre. El tendero también se apiadó de mí y me dijo Igual acá puedes trabajar, el pago será poco y la chinga mucha, pero de algo te servirá. Y así empezó mi aventura en los 40s.

Habían pasado ya algunas semanas y me estaba acostumbrando a mi nueva vida, esta no era fácil pues a pesar de estar tan lejos se sentían los efectos de la guerra, pero la gente era buena y había caído en blandito. Los primeros días iba diario al telégrafo tratando de encontrar mi camino de vuelta a casa, pero ya estaba resignado a que no sería así. Todavía no era parte del pueblo pero ya tenía mi apodo, me llamaban 'El Toronto' pero todos estábamos conscientes de que era algo meramente temporal en lo que me encontraban uno realmente bueno. Por las tardes daba mis clases de inglés, y a mediodía salía a comer muy puntual. Me apresuraba para estar libre y verla pasar por enfrente de la casa del profesor. Suponía que esa era su hora de comida del trabajo pero todavía no sabía ni su nombre ni dónde trabaja.Pasaba dando pasos cortitos y apresurados, saludaba a doña Vicky, la señora de enfrente que siempre se encontraba en su cocina dando los últimos toques a su comida y desde dentro le gritaba Adiós hija, me saludas a tu mamá,  después volteaba disimuladamente a verme, bajaba la mirada, sonreía y seguía su camino.

Me encontré a doña Vicky el domingo saliendo de misa. Con una sonrisa cómplice me tomó del brazo y me dijo Ella viene a misa de 8, se llama María Teresa y trabaja en el correo. Muchas gracias, doña Vicky, es usted un amor. Lo sé, muchacho, lo sé. La mañana siguiente me levanté muy temprano a bañarme, me puse mi ropa del futuro, la que tenía de este mi nuevo presente estaba bastante


traqueteada. El plan era durante mi hora de comida ir al correo a poner una carta y dejar que la suerte hiciera su parte. Aguantando la respiración por los nervios entré a la oficina de correos. La puerta rechinó y tuve que levantarla un poco para que abriera, tal vez algo de aceite no le caería mal, pensé. Ahí estaba ella en el mostrador, con su sonrisa iluminando todo el cuarto. No hizo gesto alguno de sorpresa al verme, tal vez doña Vicky también acá habría hecho su parte. Llevaba un vestido blanco con algunas florecitas de colores y el cabello recogido con unas pincitas. Un pequeño crucifijo adornaba su cuello y en las orejas unos aretes de perla. El que supongo era su jefe le habló y ella dejó el mostrador para ir a hablar con él, esto me dio unos segundos para recuperar el aliento y empecé a recorrer con la mirada el resto del local. Estaba recién pintado y el mostrador lucía reluciente. El piso también era de madera y desentonaba un poco con el resto pues ahí no había llegado el mantenimiento y su pintura era vieja y descarapelada. Al fondo se encontraban los casilleros de los apartados postales. Las paredes estaban vacías con la excepción de un mapa de la república sobre el que se podía leer Correos de México. . Finalmente regresó al mostrador con su sonrisa toda perfecta por delante. Le pedí estampillas para enviar una carta a un pariente ficticio en Veracruz. Me respondió un poco sorprendida

 - ¿Veracruz? Pensé que iba a enviarla a Canadá

- No, le estoy escribiendo a una tía allá en mi tierra a ver si me manda copia de mi acta o algo que me sirva para identificarme. ¿por qué pensó que iba a enviar algo a Canadá?

- Te dicen el Toronto, ¿no?

- Sí, así es, de allá vengo pero soy originario de Veracruz, le respondí sin titubear, la historia ficticia de mi origen veracruzano era algo que había estado construyendo durante días. Por supuesto que noté su tuteo y para que no le quedara ninguna duda de mi interés le pregunté ¿Te llamas María Teresa, verdad?. María Teresa Meza para servirle. De la oficina de adentro su jefe carraspeó para hacerse notar.

- Bueno, te dejo para que no te regañen, ¿vas a ir el sábado al baile en la progreso?

- Todavía no sé. Si me ves allá es que sí fui. Me respondió con una risa coqueta

Eché la carta al buzón y me apresuré a salir. Cuando abrí la puerta me sorprendió ver una Tacoma nuevecita por la calle y una niña de unos 13 años con los audífonos puestos y la mirada fija en su celular. Con un pie dentro y otro afuera aún no acababa de procesar esto cuando escuché la voz de María Teresa. Ya lo decidí, ¡si voy a ir al baile!.