Jeremías era un sapo muy malo. Siempre andaba buscando como molestar a las ranas y a los sapos más chiquitos. Como era el sapo más grande de todo el arroyo le gustaba aprovecharse de eso y no dejaba al resto de los sapos y ranitas vivir en paz.
El duende, que a veces se aburría en la escuela y prefería ir a visitar a sus amiguitos, ese día encontró a los sapitos muy tristes porque Jeremías estaba más tremendo que de costumbre y no los quería dejar meterse al arroyo a jugar, y estaba haciendo mucho calor. Cuando el duende escuchó esto se enojó mucho y fue a hablar con Jeremías.
Lo encontró muy contento en medio de un charco bailando y silbando como si no pasara nada, pero cuando vio el ceño fruncido del duende se asustó y dejó inmediatamente de bailar.
--Ven conmigo Jeremías dijo el duende con tal voz de mando que Jeremías no se atrevió a replicar. Empezaron a caminar siguiendo el arroyo. Caminaron en silencio mucho, mucho, mucho, hasta que llegaron a un lugar donde había una poza de agua estancada. Era un sitio solitario y no se miraba ningún otro animalito en los alrededores. Solo unas grandes piedras, algunas palmeras del desierto y un silencio incómodo.
El duende se sentó y se quedó viendo a Jeremías sin decir palabra. Jeremías estaba bastante asustado pues sabía que el duende lo podía golpear ahí y nadie iba a darse cuenta. Además como era un sapo muy majadero lo más probables es que nadie quisiera ayudarle de todos modos.
Después de unos minutos finalmente el duende habló
-- ¿Estás asustado?
-- Sí, ¿por qué me haces esto?
-- ¿Ahora ves cómo se sienten las ranitas cuando las molestas?
Jeremías no respondió, simplemente se puso muy serio y emprendió el camino de vuelta a casa.
Las ranas no volvieron a quejarse de Jeremías. Ahora cuando el duende iba al arroyo lo miraba jugando solo sin molestar a nadie. Meses después, una tarde particularmente calurosa el duende se encontró a Jeremías en medio de todas las ranitas; se preocupó porque pensó que había empezado a molestarlas de nuevo hasta que una ranita sonriente le gritó
-- Ven! duende, estamos jugando muy a gusto con el agua fresca
Y Jeremías, en medio de todas las ranas, sonriente por tener muchos nuevos amiguitos
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