Ella se encontró un poeta, y como era natural, le pidió la luna. No por ambición, No por vanidad, simplemente quería la luna.
El poeta desesperado buscaba entre sus papeles un conjuro que sirviera. Porque como todo mundo sabe, un poeta siempre es medio brujo. Invocó a Sabines, Neruda, a Lorca! y al fin se quedó dormido por el esfuerzo.
La mañana siguiente al agacharse a buscar los zapatos bajo de la cama se encontró una luna chiquita pero muy brillante. Se asustó un poco pero una vez recobrada la calma buscó una caja bonita y se dispuso a empacarla para llevársela de regalo.
Esa noche, mientras caminaba a casa de la joven, el poeta algo nervioso se dió cuenta que al cielo le hacía falta la luna y que de el interior de su caja salía suficiente luz para alumbrar su camino. Tocó la puerta y cuando ella le abrió, apenas alcanzó a balbucear
-Esto es tuyo
Ella opacó la luna con su sonrisa y le dijo
-Gracias, sabía que me la traerías.
Después saltando de la emoción cerró la puerta quedándose con la luna y el corazón del poeta.
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