martes, 8 de octubre de 2013

De sangre azul

Mi apá era de sangre azul. Lo supe desde muy pequeño, desde la serie mundial del 77 contra los yankees. En esos tiempos la televisión en Guerrero Negro funcionaba en base a una repetidora. Llegaban los casetes de la SCT y la programación empezaba a las 4 de la tarde con una hora de caricaturas y luego seguían los documentales, alguna película y todo se terminaba a las 10 de la noche. Así que el concepto de televisión en vivo era algo completamente ajeno para nosotros. El béisbol era por radio. Ese año los yankees traían un equipazo, puro poder al bat y recuerdo haber visto a mi viejo sufriendo hasta que al final los Dodgers terminaron sucumbiendo ante un equipo más poderoso. Por supuesto que mi apá estaba dolido, aunque yo no atinaba a ciencia cierta el porqué. Yo, como todos los niños de mi colonia jugaba béisbol y era algo bien sencillo, ganaras o perdieras era más o menos lo mismo. Al día siguiente tendrías la revancha. Qué lejos estaba entonces de entender las pasiones.

Mi apá de joven había jugado béisbol, y hasta donde entiendo era más o menos bueno, con mucho poder al bat pero lento para correr. Supongo que habrá jugado la primera aunque no estoy seguro y creo que ya no hay nadie a quien preguntarle. Los recuerdo a él y a mi abuela discutiendo sobre alguna anécdota beisbolera, que si el Quillo les daba la base por bolas a 3 solo para ponchar a los tres siguientes por pura diversión e historias así donde uno dudaba de la memoria del otro.
Podrán darse cuenta que si bien no éramos una familia de béisbol como los Talamantes, Arce o Espinoza, el beis sí ocupaba parte de nuestra vida diaria.

Y un día llegó Fernando.

¿Qué puedo decir acerca del Toro que no haya dicho el mago Septién? Solo que a mi apá lo hizo muy feliz. Eran días de fiesta cuando lo podía ver pichar, y esa inolvidable serie mundial estoy seguro que le debe de haber sabido a gloria. También recuerdo el día que tiró un juego sin hit ni carrera. Cuando cayó el último out mi apá pegaba unos brincotes de la emoción y yo respiraba aliviado de que todo hubiera salido bien. Desesperado prendió la tele de la sala para que todos en la casa vieran en las noticias que no lo estábamos inventando, que si había tirado un sin hit ni carrera.
Fernando

Recuerdo también años después la serie mundial contra los Atléticos de Oakland. La verdad parecía una tarea imposible. Recuerdo al narrador diciendo Canseco nunca ha bateado un grand slam y justo cuando la bola volaba por arriba de la barda del center field mi apá dijo desolado. Ya valió madre. Y luego vino el home run de Gibson. Fin de la historia, algo tan hermoso merece un mejor narrador.

Después vinieron los años oscuros, recuerdo uno particularmente malo en el que estábamos viendo un juego en su cuarto y se para a batear un tipo que ya habían ponchado dos veces. Rápido se puso abajo en la cuenta 0-2 y de improviso se para mi apá y prende la luz.
Apá para que prendiste la luz si estábamos bien a gusto
Para ver si así ve la bola este pendejo!
 
No recuerdo que haya sentido odio por algún equipo, hasta cuando jugaban los yankees le gustaba ver el juego. Sin embargo siempre tuvo un pequeño resentimiento con los dodgers por la manera en la que terminó la relación con Fernando. Los que saben de béisbol sabrán a que me refiero. No dejó de quererlos pero algo muy dentro se había roto.

Yo nunca fui Dodger aunque me correspondería por herencia, pero ese sentimiento que tenía mi apá terminó haciendo que no pudiera compartir esa afición. Y así he andado, errante, sin equipo, tan solo disfrutando de la belleza del juego. Ayer al verlos perdiendo en la octava me descubrí angustiado y pensé que tal vez sea momento de hacer las paces. Es hora de regresar a casa.

Con aprecio para el más azul de mis amigos: Humberto Amador

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