viernes, 15 de abril de 2016

Parábola del priista arrepentido

En aquellos días nuestro señor andaba en Coahuila y vio que todo era malo. Después se fue a Tamaulipas y solo encontró desolación a su paso. Llegó a Veracruz y lo encontró lleno de marchas y cadáveres. Cuando llegó a Tabasco se encontró a un viejito que predicaba el perdón de los pecados.

Intrigado, nuestro señor se sentó a escucharlo y después de un rato decidió preguntarle a su padre
-- Padre, ¿tú enviaste a alguien a perdonar los pecados?
-- ¿Qué pecados hijo mío?
-- Los pecados de los políticos
-- No hijo, yo no he enviado a nadie 
-- Gracias Padre

Y así nuestro señor siguió intrigado escuchando a este falso profeta. A ratos hablaba de paz y después le salían rayos, truenos y acusaciones llenas de cólera; perdonaba y condenaba, acusaba y prometía ante una turba que aplaudía poseída todas sus ocurrencias.


Cuando todo pasó y la multitud se hubo marchado solo quedó un hombre cabizbajo sollozando en una banca. En su corazón había bondad y jamás había cometido un delito. A pesar de que había tenido algunos cargos públicos jamás se había aprovechado de su puesto y por esto mismo poco a poco lo habían ido relegando hasta parecer un mueble viejo en su partido. Decepcionado anunció su renuncia a sus compañeros de partido que hicieron poco por retenerlo y más bien se sintieron aliviados de no tener que enfrentar a su conciencia día a día; le dieron una palmadita en la espalda y le desearon suerte.

Nuestro sujeto en cuestión, a quien llamaremos por conveniencia Pablo pues la historia no registra su nombre, abandonó las oficinas del partido y se fue en busca de la fe perdida. Dos meses después lo encontró nuestro señor sollozando y sin decirle nada lo abrazó como quien abraza a un amigo que acaba de perder a su madre.

Pablo no hizo gesto de extrañeza alguno mientras abrazaba a un desconocido que le quería brindar consuelo. Después de llorar un rato y desahogar su impotencia preguntó
-- ¿Qué debo de hacer?
-- Dejad que los muertos entierren a sus muertos. ¿Acaso crees en las palabras redentoras de este hombre?
-- No
-- ¿Entonces por qué te preocupa no seguirlo?, ya conoces el camino, ¡deja tu lastre y camina! 

Permanecieron unos minutos en silencio y luego nuestro señor volvió a hablar
--Una vez a un hombre justo, su rey le entregó un terreno para que sembrara; no era un terreno muy grande pero tampoco muy chico y se encontraba lleno de yerba y en muy mal estado. 
Todos los días el hombre se levantaba contento a trabajar en el terreno y poco a poco lo fue convirtiendo en un hermoso huerto. Cuando llegó el tiempo de la cosecha la compartió con sus vecinos sin esperar nada a cambio. Así pasaron muchos años sin que el rey regresara a pedir cuentas y él mantuvo siempre la misma rutina de trabajar todos los días y compartir el fruto de su labor con los más necesitados.
Cuando el rey regresó y le pidió cuentas de las ganancias del terreno el hombre respondió que no había tales, que lo que se había cosechado se había repartido. El rey, molesto, tratando atropelladamente de encontrar un castigo, lo increpó


-- ¿Por qué hiciste eso? ¿acaso no pensaste que tenías una obligación conmigo por darte el terreno?
-- Mi señor, perdona mi falta, aceptaré con gusto el castigo que dispongas adecuado, pero hice lo mejor que pudieron mis talentos. No está en mi naturaleza generar riquezas; sin embargo tu terreno está bien cuidado y tus otros súbditos compartieron sus frutos. Cuando les compartía la cosecha nunca dije que yo se los regalaba, sino que era fruto de tu benevolencia y ahora todos te están agradecidos, vienen y ayudan a cuidar el huerto y honrar tu nombre.

El rey no supo que contestar, meditó unos momentos y luego sin decir una palabra se retiró

Pablo, que había escuchado con atención pero estaba tan confundido como el rey de nuevo volvió a preguntar
-- Entonces señor, ¿qué debo hacer?
-- No seas como este falso profeta que camina por las calles predicando odio y sintiéndose dueño de la verdad. Tampoco seas como tus compañeros de partido que solo buscan su bien a costa de robar al prójimo. Sé como el hombre justo y siembra amor; así encontrarás tu sitio correcto en este mundo y no volverás a sentirte solo.
Pablo insistió
-- ¿En qué partido?
Nuestro señor le miró tristemente, negó con la cabeza y le repitió mientras se retiraba
-- Dejad que los muertos entierren a sus muertos

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