martes, 14 de marzo de 2017

Tercia de ases

El Chema y el Juan Pablo han sido mis amigos toda la vida y tenemos muchísimas anécdotas que recordar, sin embargo muchas de ellas no estoy tan seguro que sea conveniente que se enteren nuestros hijos; pero rascándole un poco encontré unas que les puedo compartir sin problemas (espero).

La palabra de Dios.

En aquellos tiempos ochenteros se empezaron a popularizar los cassetes y los cartuchos de 8 tracks estaban por desaparecer rápidamente. El problema es que no había manera de pasar la música de tus 8 tracks a los nuevos cassetes y esto no era un inconveniente menor.

Al Prieto Ruiz, papá del Chema, el Panchito su hijo le compró una grabadora y se dispuso a hacer lo que todos hacíamos en esos tiempos, poner las bocinas del estereo cerquita de la grabadora nueva para poder grabar en un cassete la música de los 8 tracks. El problema con este método es que todo ruido exterior también se quedaba grabado, así que había que hacerlo con mucho cuidado y de preferencia cuando la casa estuviera sola. Ese día el Prieto estaba grabando y nos tuvimos que salir espichaditos de la casa del Chema pues si bien el Prieto no era demasiado corajudo cuando se enojaba  se ponía intenso el asunto. Así que el no hacer ruido estaba el mejor de nuestros intereses.

Total que al salir de la casa rumbo al gimnasio nos encontramos a un muchachito testigo de Jehová y por supuesto que nos quería predicar pero el Chema le dijo

Mira, nosotros tenemos un compromiso muy importante pero ahí adentro de la casa está un señor que le interesa mucho la palabra de Dios pero tócale fuerte porque es medio sordo y no te va a oír

Y ahí va el pobre muchachito y nosotros nos quedamos escondidos atrás de un carro para ver la regañada que seguro se avecinaba

Señor, señor! Le traigo la palabra de Dios!

Se oyeron los gritos y diez segundos más tarde el Prieto lo llevaba de las orejas para afuera bien encabronado y nosotros atacados de la risa sin salir de nuestro escondite.


Corte de pelo a traición

Cuando salimos de la secundaria por fin teníamos la libertad de dejarnos crecer el pelo tan largo como quisiéramos y por supuesto decidí dejármelo largo como el Buki. A mi abuela esto no le hizo gracia y diario me presionaba para que me lo cortara, sin mucho éxito pues yo era bastante terco.

Por allá por noviembre le empezó a subir de tono y los reclamos se fueron convirtiendo en amenazas de cortarme el pelo mientras dormía. Una noche sentí que ya era muy en serio el asunto y me puse un sleeping bag como forro para protegerme antes de dormir y el Chema me puso una cobija encima para que no se me notara. Más tarde escuché los pasos de mi abuela que entró espichadita para no despertarme, me empezó a buscar la cabeza pero se topó con el sleeping. No me dijo nada y se salió tal y como había entrado.

Al día siguiente sospeché que iba a regresar con ganas de venganza, así que no solo me puse el sleeping bag, sino que le pedí al Chema que no solo me echara la cobija encima sino que además me amarrara a la cama. Y sí, tal y como lo predije, en medio de la noche llegó mi abuela con las tijeras en la mano, de nuevo me buscó el cabello pero esta vez sí se enojó de a deveras cuando no encontró forma de trasquilarme. Prendió la luz y descubrió el sleeping y me dice
¡Como eres simple, ni que te fuera a hacer algo!
¿Ah sí? ¿y esas tijerotas entonces para que las quieres?  le dije asomándome por un huequito que le había descosido a la orilla del sleeping para poder respirar. Y que se enoja más y me empieza a dar de cintarazos pero con la cobija y el sleeping obvio que no me dolía y nomás me estaba riendo. Y entonces me quiso jalar de los pies, pero el Chema había hecho un buen amarre y no me pudo sacar de mi protección. Así que al día siguiente no le quedó de otra más que llegar a una negociación y a cambio de unos pasteles accedí a cortarme el pelo antes de los quince años de la Adriana.


La última travesura

Con el paso de los años uno deja de hacer diabluras y nosotros ya no estábamos tan chamaquitos, tal vez tendríamos unos 21 o 22 años o quizá un poco más. Los tres estábamos estudiando en el norte y en esas vacaciones de diciembre coincidimos en el pueblo y andábamos de vagos como en los viejos tiempos; caminando, platicando, riéndonos. Felices, como es la vida de estudiantes.

Si bien seguíamos siendo muy amigos la verdad es que en ese tiempo Chema y Juan Pablo se habían distanciado un poco pero esa noche se sentía como los antiguos tiempos en la prepa. Tal vez por eso a alguien, no recuerdo a quién, se le ocurrió que sería buena idea hacer una travesura como las de antes. No hallábamos que hacer, nuestra mente que antes se desbordaba de ideas, ahora estaba más bien atrofiada. Despues de un rato de cavilar sin éxito nos encontramos a un velador dormido en su camioneta y ahí se nos iluminó el cerebro. Rodeamos la camioneta mientras el velador roncaba bien a gusto. Ya se miraba un poco grande el señor pero eso no nos importó, es una travesura inocente pensamos. Contamos hasta tres y al mismo tiempo le empezamos a pegar en las ventanas gritando incoherencias. Imediatamente después salimos corriendo cada quien en diferente dirección para que no se le ocurriera seguirnos, lo cual por supuesto no sucedió, bastante asustado debe de haber quedado el pobre señor.

Nos reunimos afuera del kinder y nos fuimos a dormir riéndonos, felices aunque un poco apenados, eso sí.

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