viernes, 10 de enero de 2014

Pedro Cervantes Enfermero


Mi apá y la Prieta Canett fueron los primero enfermeros de Guerrero Negro, los dos asistían al Dr. Noyola durante los primeros años del pueblo.

Cuenta la historia familiar que mi bisabuela Matilde hizo todo lo que pudo para que mi apá estudiara medicina pero en aquellos tiempos no era sencillo y además sospecho que no era muy amante de los libros, así que en vez de doctor resultó enfermero.

A mí ya no me tocó que trabajara en el hospital sino en la salina, lo que sí recuerdo y esto me acompañará hasta mi tumba es lo pesada que tenía la mano para inyectar. Y es que en esos tiempos antiguos que te inyectaran era un ritual bastante cruel, pues la tortura empezaba desde que ponían a hervir la jeringa en un contenedor de metal digno de Hannibal Lecter. Y esto culminaba con una nalga morada y un regaño por llorón. 
Mi apa, Prieta Canett y Yoya


La Prieta nunca me inyectó pero supongo que 
tampoco debe de haber tenido la mano ligera , pues una vez me tocó ver al Dr. Noyola salir huyendo de la pequeña clínica del ISSSTE de a un lado de casa de Nachón Salgado, con la Prieta tras de él gritando

Medicooo, te la tienes que poner!


y el Dr. Noyola le aceleró más al carro.


De toda la gente que atendió mi apá había una ocasión de la que se sentía particularmente orgulloso. Sucedió pues, cuando trabajaba en Cachanía, que una noche que estaba de guardia llegó una señora con un cuadro muy complicado de apendicitis y por alguna razón que  no alcanzo a recordar no había doctor disponible en el pueblo.

Entiendo que en esos casos si no se opera inmediatamente el paciente puede morir de peritonitis y en esa época en que no había carretera, pensar en trasladarla a La Paz o incluso otro pueblo no era una opción viable.

Yo la puedo operar mano, soy enfermero pero he ayudado al doctor en varias de estas operaciones y sé cómo se hace. Le dijo mi apá al marido

Pues si no la operas se muere así que por favor opérala, tienes mi autorización

Afortunadamente todo salió bien y antes de dejar el hospital el hombre le dijo a mi apá

Muchas gracias por salvar a mi esposa, cuando se te ofrezca algo en Mulegé  allá tienes tu casa y puedes contar conmigo

Pasaron muchos pero muchos años y no volvieron a verse, pero un día en la playa en Cachanía mi apá vio una lancha que le gustó mucho y le preguntó al pescador que la traía

Oye mano ¿y esa lancha quien te la hizo?, está muy bien hecha y quiero una

Me la hizo fulano de Mulegé, pero no creo que te vaya a querer a hacer una, ya se retiró, ya está grande el señor

Mi apá reconociendo el nombre, que desafortunadamente no recuerdo y no quiero inventar, le respondió

Dile que es para Pedro Cervantes, a mí sí me la va a hacer

Y ciertamente el hombre estaba retirado y ya no podía trabajar muy bien, pero al saber para quien era  puso a sus dos hijas a fabricar la lancha y él daba instrucciones y supervisaba.

Y tal y como mi apá había asegurado a él sí le hicieron su lancha, y cuando el pescador se la entregó también le dio un sobre con una carta que decía gracias.

 








2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mis repetos para Don Pedro, gran amigo y mejor persona,fue muy amigo de mi hermano Nany Rojas, por medio de el lo conoci, estoy seguro que alla donde se encuentran siguen siendo tan amigos y contando tantas mentiras tan sabrosas como ellos solos sabian hacerlo.

saludos y gracias por estos recuerdos

un abrazo

Jose Agustin Rojas Cuesta

Unknown dijo...

Que padre anécdota. No cabe duda que ayudar al prójimo te recompensa de forma maravillosa además de la satisfacción personal y bienestar moral.