sábado, 3 de diciembre de 2016

Los amorosos en Tijuana

Llegué a Tijuana unos meses antes del primer festival hispanoamericano de guitarra. En aquellos tiempos Ensenada ya era una ciudad con una vida cultural rica y de Tijuana no sabía muy bien qué esperar. El primer evento al que asistí fue a dicho festival; iba a tocar Pepe Romero así que me supuse que el Cecut iba a estar abarrotado. Nada más lejos de la realidad. La sala estaba prácticamente vacía, tal vez seríamos unas 10 personas, 15 exagerando. Pepe se había cortado un dedo y nos pidió disculpas porque iba a batallar para tocar pero no se rajó. Fue un concierto muy bonito, ahora sí que íntimo, como diría una doña pretensiosa; éramos tan poquitos que, como si estuviéramos en un bar hubo hasta complacencias y un par de bromas con el público. Salí confundido; era Pepe Romero, de los Romero ¿y fueron diez personas a verlo?, ¿en serio este es el público de este pueblo?

Tiempo después, no recuerdo cuánto, en el Cecut se iba a presentar Jaime Sabines a leer su poesía. El evento empezaba a las 5 de la tarde y yo a las 4:45 todavía estaba en la oficina. En esa época trabajaba en Otay, cerca de la garita y el Cecut no me quedaba cerca, pero no me preocupé, si para un evento de guitarrra no fue nadie, seguro que a una lectura de poesía menos van a ir. Supuse que el evento empezaría tarde y que habría lugar de sobra para sentarme.

Llegué al Cecut a las 5:15 aproximadamente y había una turba en la entrada. Las puertas estaban cerradas y ya no podía entrar nadie. ¿Qué pasó?, ¿acaso están regalando billetes de 20 dólares?. Tal vez estaríamos unas ciento cincuenta personas tratando de entrar a la sala principal del Cecut, muchos gritando y reclamando ¡Queremos cultura!. Estabamos incrédulos de lo que estaba sucediendo, ¿en serio no íbamos a poder entrar?. Y empezaron los empujones y los gritos aumentaron de tono.
Abran la puerta putos!, queremos cultura!
Y empezaron a empujar la puerta y como en concierto de rock hubo portazo. No les quedó de otra a los del Cecut que abrir la puerta.

Cuando entré a la sala Don Jaime ya estaba en el escenario, sentado en una mesita sencilla, con un vaso de agua y en sus manos un ejemplar del Nuevo recuento de poemas. Por supuesto que ya no había asientos libres, los intrusos nos sentamos en el pasillo tratando de ocupar el menor espacio posible para que cupiéramos todos. Un maestro idiota se quiso poner a explicarle a sus alumnos algo pero lo callamos de inmediato. Habrase visto la imprudencia.

Don Jaime leía y todos calladitos escuchando sus versos tan familiares, compañeros de amores y de tristezas. Impresionado de estar viendo una leyenda perdí la noción del tiempo. Cuando terminó de leer hubo la oportunidad de pedirle un autógrafo. Se hizo una fila larga, larga, larga. Yo no llevaba libro para que me autografiara pero aproveché que todo mundo se levantó para sentarme cerca del escenario y estuve un rato viéndolo firmar y pensando en lo mucho que me había sorprendido Tijuana esa tarde.

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