Anoche velamos a la Sonia.
Su muerte, terrible e inesperada nos golpea a todos. Somos ramas de un mismo árbol, amistades que empezaron hace 70 o más años y permanecen y se renuevan durante generaciones. Crecimos juntos, algunos en el colegio, otros en la primaria; fuimos al mismo catecismo y al cine Kugue. De niños jugamos los mismos juegos y más grandes fuimos a las mismas fiestas. Compartimos memorias muy felices, como las tardes de visita en casa de mi nana Chuy o de juegos en el Tic tac. Por eso la muerte de Sonia nos pega a todos. Porque al dolor personal se suma el de los amigos; algunos más, otros menos dependiendo de su cercanía, pero no solo es una rama; es todo el árbol el que siente el golpe y cruje.
Anoche, a pesar de que estábamos en Tijuana, fue una reunión de una gran familia. Desde los chicos como Fanny la hija de Edel, Mayté la hija de Juan Pablo y Paty, o el Marquitos, que me saludó sin saber quien soy, y que mi mamá era muy amiga de su abuelo. Hasta los mayores como Carmelita la mamá de Sonia o Elsa Bremer. Y dentro de toda la pesadumbre existe la alegría del reencuentro; las viejas anécdotas con el Rigo, la pena de no reconocer a gente tan querida como Santa, el gusto de platicar con la hija de Chabelita y el Rigo y verla convertida en toda una profesional. Saludar al Yogui, al profe Raúl Zúñiga, a la Eloy, al Gerardo, al Jorge Bremer, a Lupita y Lucy Beltrán, a Rosaura Allup. Y por supuesto a Lorena; quiero pensar que la presencia de tanta gente que la quiere le sirvió, aunque sea un poco, para ayudarla a pasar tan amargo momento.
Sonia, amiga. Te vamos a extrañar. Ve con Dios
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