sábado, 23 de noviembre de 2013

Dillon, el vaquero apestoso

Érase una vez un vaquero que se llamaba Dillon. Dillon tenía muchos problemas porque le olían muy feo los pies y por las noches sus botas salían huyendo para que no las encontrara por la mañana

Y así, todas las mañanas Dillon tenía que levantarse muy temprano a buscar sus botas para poder irse a trabajar. Sin embargo, esa noche Dillon tenía un plan....

Al levantarse, como siempre las botas habían desaparecido, pero a diferencia de otros días en vez de ir a buscarlas sacó una caja de abajo de la cama. Esta contenía un par de tenis de lona nuevecitos, mismos que se puso Dillon para ir a trabajar.

 Los compañero de Dillon todos eran vaqueros muy rudos y casi se mueren de la risa al verlo llegar al corral a arrear el ganado en tenis. Sin embargo Dillon era un vaquero muy seguro de si mismo y no le importó gran cosa. Se subió a su caballo, sonrió contento por sus tenis nuevos y se dispuso a llevar el ganado a pastar.

Mientras tanto las botas esa vez habían huído tan lejos como habían podido auxiliadas por el duende patas de bolillo, que siempre estaba dispuesto a ser partícipe de cualquier travesura. Anduvieron todo el día por la orilla del río y cuando llegó la noche ya se encontraban bastante lejos de la casa. Se siente bien estar lejos de esos pies apestosos dijeron y se dispusieron a disfrutar de su recién adquirida libertad.

Los días pasaron y las botas se sentían muy felices de estar lejos de Dillon. Al principio el olor empezó a desaparecer, pero con el paso de los días y al estar a la intemperie, las botas se dieron cuenta de algo terrible. Por la humedad, el lodo y la falta de limpieza, ahora eran ellas las que olían mal, muy pero muy mal. Y día a día el olor se acentuaba y las noches cada vez eran más frías. Hasta que ya no pudieron más y decidieron regresar. Cansadas y batallando para dar cada paso dispusieron quedarse a dormir a los pies de un gran árbol.

Al día siguiente por la mañana las despertaron el ruido de unos caballos. Imagínense el gusto de las botas cuando vieron pasar a Dillon montado en su caballo, un rayo de esperanza iluminó su corazón. Sin embargo Dillon ni siquiera volteó hacia abajo cuando les pasó por enfrente, y las botas sintieron morirse cuando vieron los tenis blancos nuevecitos.

Empezaron a llorar despacito y sus lagrimas se confundían con las gotitas de la llovizna fresca que estaba cayendo en ese momento. Al fin se quedaron dormidas de nuevo por el cansancio y la tristeza. El duende patas de bolillo que había visto toda la escena se esperó a que estuvieran profundamente dormidas, las tomó y las llevó de vuelta al cuarto de Dillon y las dejó a un lado de la cama.



Dillon regresó de trabajar y venía muy contento, porque hacía algunos días había conocido a Dorothy, una muchacha muy simpática e inteligente y esa noche iban a salir a cenar. Entró a su cuarto a recoger su ropa para bañarse cuando vio sus viejas botas, sonrió y a pesar de estar un poco apurado, decidió que lo correcto era darles la bienvenida y tomó un trapo y grasa para zapatos y se puso a lustrarlas tarareando una canción muy contento. Las botas se despertaron cuando sintieron los primeros trapazos y también se pusieron muy felices de estar de nuevo en casa.

Nunca más se les ocurrió escapar y todos los días estaban listas para irse a trabajar. Pero para su buena suerte meses después Dorothy y Dillon se casaron, y ella lo obligaba a bañarse diario y ponerse talco en los pies, así que ahora su vida era perfecta!

3 comentarios:

Unknown dijo...

Muy divertido cuento y con un final feliz, se me figuró al cuento de la navaja del barbero pero éste tiene un final triste. Saludos!

Anónimo dijo...

Un cuento dinámico y entretenido, especialmente para fomentar buenos hábitos en los niños

Anónimo dijo...

Qué divertido cuento. Mientras lo leía me imaginaba las escenas. Me gustó mucho :)

KC